Jaime Mesa
“Soñé que empataban”, dice la esposa
de un importante empresario de compra-venta de autos de Campeche. “En serio,
algo como 2-2”, concluye mientras caminamos hacia las puertas de acceso al
Soccer City. Su esposo trata de seguirle el ritmo pero se petrifica cuando un
grupo de sudafricanos pasa a nuestro lado gritando de una manera que parece
furiosa. “Déjalos, quién sabe qué dijeron. Sólo ellos se entienden”, concluye
la mujer enfundada en una enorme chamarra negra de la Selección Mexicana de
Futbol. Estamos en Johannesburgo, una ciudad completamente diferente a la
ordenada, festiva y africanamente organizada Cape Town.
Toda la semana los
sudafricanos han amenazado a los mexicanos visitantes: “Bafana 3; México, 0”,
dicen. Sin excepción. Como si se hubieran puesto de acuerdo. Hay tal orden y
armonía en su dicho que estoy empezando a creerles. Sobre todo porque le he
oído a más de un mexicano despistado la inocentada de: “México 5; Sudáfrica,
0”.
“The
Spirit of Mandela is in Soccer City.” La primera gran ausencia del Mundial. Su
bisnieta se ha accidentado y muerto al salir de un concierto el día anterior.
Dentro del estadio todo es música de cornetas y camisetas amarillas. No hay
más. Algunos oasis (tres) de camisetas verdes, el negro desapareció, pero sobre
todo amarillo. Frente a donde estoy sentado se ubican las gradas de la prensa,
un inmenso bloque blanco de los privilegiados: muchos millones de espectadores
en todo el mundo están pagando esos asientos de lujo. Y hacen bien. Lo
sorprendente es que a mi izquierda, a mi derecha, arriba, abajo hay una
estampida sin movimiento pero con voz de camisetas amarillas. El verde,
insinuado, salpicado, debería resultar un azul pero no. Hay desequilibrio.
En
la cancha “El Conejo”, junto a los dos porteros suplentes, ha salido a calmar
los nervios. Se le ve saltando más que otra cosa. Se ve nervioso. “El cielito
lindo” inicia a los cinco minutos: no habrá himno, parece advertirse: acaba de
modificarse. Sin embargo, al final “Masiosare” se hace presente. El sol nos
pega en los ojos y a dos filas de mí una manta de dos metros se yergue con más
júbilo que ninguna. Dice: “Juchitán, Chiapas”. Frente a mí alcanzo a ver una
bandera azul en la que se lee: “Felipe”, así, nada más. Entonces recuerdo que
momentos antes, en las palabras de inauguración el presidente de México, Felipe
Calderón, estaba al lado de Blatter y del mandatario de Sudáfrica. “Ahora sí
vamos a perder”, dice alguien. No importa porque antes otro ha dicho: “Ahora sí
vamos a ganar”. La pluralidad revienta en el Soccer City. Aunque Johannesburgo
es distinta, incluso en ánimos celebratorios, a Cape Town, aquí adentro se
unifica la algarabía que África me enseñó ayer. Estoy sentado en una de las
tres zonas de mexicanos que hay en el estadio. De una estamos separados por una
franja enorme y amarilla. Los paisanos han quedado allá, sedientos de compartir
groserías y elaborar luminosas previsiones del resultado final con más,
cientos, de paisanos. Pero nos hermana el canto, más bien, la entonación
amateur de la porra referida en algunas partes como “La Chiquitibum”.
“Jálate,
Guille”, es el primer grito estratégico que lanza la hinchada mexicana. Hay
buenos ánimos en los primeros minutos, hay sol, mucho sol y ráfagas constantes
de un viento helado que, sin embargo, se rompe en pedazos al tocar una piel
enorme que nos envuelve a todos. Ante el primer despegue del portero rival se
inicia un “Eeeeeeee… (mientras calibra el saque) puuto (cuando la patada es
ejecutada)” que se repetirá con insistencia durante todo el juego. Hay caídas
en la cancha, poca velocidad, acomodo. “Bafana va a probar el chile nacional”,
alguien inaugura para ponerse a la altura de esa otra joya que es “Bafana,
pásame a tu hermana”. Ya son veinte minutos de lo más aburrido. La Budweiser
está caliente y cuesta 30 Rands. Y entonces se produce una falta, ¡falta!, el
primer cobro peligroso de una falta en todo el Mundial. “Son pendejos, son
pendejos”, cantan y nadie sabe si la tarjeta amarilla fue para Efraín Juárez o
para alguien más, con todo y que su rostro ha aparecido en los comerciales de
Bimbo innumerables veces. Ya México debería conocer a sus héroes. Todo está
sucediendo por primera vez. Y Gio intenta la primera jugada peligrosa del
campeonato. Hasta ahora, ha sido Giovanni quien, como dicen, se ha echado el
equipo a la espalda. Los jugadores allá abajo por momentos son entes oscuros,
anónimos, porque son pocos los aficionados que pueden acertar a la primera: “Es
Guille”, “no, no, es Guardado”, “que no, es Salcido u Osorio, alguno de los
dos”. Entonces es tiempo del primer descontrol: “pinche México de mierda”. Me
vuelvo y veo a una joven al lado de su madre aburrida. Son las 4:26 de la tarde
de un 11 de junio que prometía más. Llega el absurdo: la afición celebra un mal
lance de “El Conejo”, un arrodillamiento luego de repeler un ataque donde con
trabajos consigue quedarse con el balón. Sudáfrica presiona en todo momento.
Sudáfrica no quiere defraudar a su público, a su país, a su Mundial. Los
insultos mexicanos (los otros no los entendemos, si los hay) se incrementan
porque la selección va perdiendo en ánimo, en intención. Son como unos
oficinistas (repito la imagen de ayer) cansados saliendo del trabajo.
El
primer contraataque del Mundial es sudafricano. Por su parte, Giovanni parece
ser el único con presencia pero un solo jugador, hoy, no puede ganar un
partido. Gio lo vuelve a intentar. Consigue falta y una tarjeta amarilla para
el enemigo. Son las 4:32 y nada ha pasado. No hay ánimo ya en las tribunas
mexicanas. El número 4 de la selección alguna vez verde cobra la falta de Gio y
fracasa. “Ese no es un portero, es una puta de cabaret”, le cantan al enemigo
que se muestra impávido porque costaría mucho trabajo explicarle qué es una
puta de cabaret. El público empieza a gritar: “Chicharito, Chicharito” cuando
Gio falla una más. Qué poco duran los héroes en México. La selección nacional
ha hecho más figurines, más detalles pero fracasa una y otra vez. ¿En serio hay
que aplaudir el intento del intento en un juego de Copa del mundo?
Sudáfrica
juega como ayer celebraban sus aficionados por las calles de Cape Town. Van
hacia adelante, pasan, planean estrategias, corren, son un grupo, ¿no es eso
futbol? México, en cambio, tira zapatazos, pases largos sin puntería, no exhibe
ánimo, tira como quien juega canicas y espera atinarle a cualquier posición,
sea el siete o el catorce, da igual, pero atinar. En las tribunas se oye por
segunda vez el “Chicharito, Chicharito”. Son las 4:41 en Johannesburgo. Gio se
interna, consigue un tiro de esquina. “Es el único, chingao”, dice alguien a mi
espalda. El árbitro anula el primer gol del Mundial a las 4:43 de la tarde. Y
es mexicano. Todos se enojan pero no sé si darles la razón. Cada que el Bafana
es burlado se repite el “ole” que nos heredó España pero que, ahora, antecede
pases arbitrarios, sin orden. ¿A quién le interesa saber los nombres de un
equipo sin alma? Convendría, en todo caso, ponerle el nombre y número de Giovanni
Dos Santos a todos los uniformes. El intento fallido es la mejor representación
del espíritu del mexicano. ¿Quién está viendo un partido distinto? ¿Es verdad
que esté pasando de nuevo? Guille se queja de un codazo que le han dado. “El
Conejo” se avienta por el balón para suplir la ausencia del superhéroe que no
ha venido al encuentro.
El
medio tiempo sirve para recordar que el chofer del autobús ha hecho que nos
perdamos la fiesta de la inauguración. Nadie parece protestar porque Shakira
estuvo en un concierto la noche anterior y, entonces, no cantará hoy. “Sólo
hubo unos bailarines que nadie pelaba”, me cuentan. Desde México me dicen: “en
la transmisión de la tele dicen que hay un sector vacío en el estadio, y que
son mexicanos que no han llegado”. Qué maravilla ser noticia internacional por
dos segundos.
El
primer tiempo no duró los 45 minutos reglamentarios. Fue, acaso, el lapso en
que un humano promedio inicia y acaba un bostezo.
Con el segundo tiempo
viene la primera crítica aguda y bien sustentada del Mundial: “La jugada del
gol (anulado) no la pasaron en las pantallas. No fue fuera de lugar (la eterna
disyuntiva); era imposible. No pasaron la jugada porque están cuidando a los
árbitros.” Lo dice alguien de Guadalajara. México empieza su participación con
una injusticia, señores. “Pinche Aguirre, que saque al Guille de mierda”, dice
otro valiente, sabio. Más de lo mismo en los primeros minutos aunque Bafana lo
está intentando con más entusiasmo. Y, entonces, a las 5:16 del día 11 de junio
de 2010 cae el primer gol del Mundial y es sudafricano. Nadie de los verdes
habla. El ruido terrible y total es de los otros. No hay “Cielito lindo” que
resista un gol ni “Chiquitibum” que lo aguante. Yo vi el origen del gol. Cuando
en la media cancha hubo un pase y por el rabillo del ojo vi la blancura del
“Conejo” más alejado de lo normal, luego sus pasitos torpes hacia atrás, sus
guantes malabareando en el aire, su imposibilidad. Crecen los sudafricanos. De
tanto intento lo consiguen. Giovanni sigue tratando, pero Gio no puede solo: no
es una súper figura internacional, sólo es una figura nuestra, íntima, familiar
y campechana. Guardado hace lo que puede: revienta el Jabulani en las gradas.
Los nervios, la intranquilidad de Aguirre que no se separa de su lugar. El presentimiento
del horror. Pero si el juego termina así al menos México (o es Sudáfrica de
nuevo) habrá roto el maleficio del empate en el juego inaugural. Los Bafana
comienzan a respaldar con hechos sus amenazas. “¿Dónde está el ‘Chícharo’,
nuestro salvador?”. Son las 5:27 de la tarde. Sudáfrica falla la segunda
peligrosa, el segundo gol. El juego ya es africano. 5:31, en ese minuto los
Bafana fallan lo que hubiera sido el tercero. Están cerca. La afición mexicana
se contenta con una marcación de falta con todo y tarjeta amarilla. El cobro
termina donde debería estar México: fuera. Es triste que un estadio repleto de
sudafricanos le haya ganado a una selección y sin balón, sin meter goles. Eso
es lo que ha pasado. A los 73:10 minutos de partido entra el “Chícharo” en
lugar de alguien que será olvidado. Las pantallas a los lados del estadio
anuncian que somos 84,490 personas. Cuántas están ganando y cuántas están
perdiendo. Parreira aplaude: lo está consiguiendo. Con pases finos, carreras
explosivas, pases largos y furor Bafana está ganando.
La
afición renueva ánimos y está por ocurrir algo extraño, esas paradojas de
nuestra selección. La afición mexicana se ha tardado 77 minutos en entonar el
“sí se puede” de la esperanza. Entonces, al minuto 79 de juego Rafael Márquez
hace un gol bien definido y con colmillo. México completo empezó a jugar, con
un Gio cansado, al minuto 79. “El jorobado no corre”, gritaron cuando
Cuauhtémoc no pudo alcanzar un balón. Pero enseguida, como si existiera una
sesión de improvisación entre público y jugadores, Blanco genera un pase con
toda su experiencia para esa renovación utópica del futbol mexicano que es el
“Chicharito”, el pase de estandarte que, sin embargo, no concreta. Y otro más,
igual, y Hernández falla. Ya cuando no hay nada que hacer le gritan a Gio:
“vamos, Giovanni, es tu Mundial”, pero ya está cansado. En un último desborde
“El Conejo” pensó que el tiro era gol, se quedó petrificado antes de que la
acción terminara pero no entró el tanto de la victoria Bafana. No fue gracias
al azar ni al viento sino al destino que ha vuelto irrompible la maldición de
los empates (y de los juegos aburridos) del inicio. Añaden tres minutos más. La
maldición no cambia y aunque ganó Sudáfrica el partido termina en empate. Todo
acaba de una manera triste, con Bafana Bafana intentándolo una y otra vez sin
rendirse, como el estruendo de sus cornetas aumentando y repitiéndose para
siempre.
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