jueves, 29 de mayo de 2008

Generación de los 70's, "inexistentes" en busca de presencia

Yanet Aguilar Sosa
El Universal
Miércoles 28 de mayo de 2008
Se trata de escritores treintañeros que no quieren identidad de grupo, sino una literatura propia arraigada en un carácter marginal.


La llaman la Generación Inexistente porque los escritores que la integran están en el proceso de construcción de su obra: varios de ellos han publicado en editoriales comerciales y algunos son reconocidos por autores mayores. Son una camada de nacidos entre 1970 y 1979, con más diferencias que coincidencias.

Rebeldes con causa
Esos jóvenes que escriben desde la rebeldía y la radicalidad, que prueban todos los géneros literarios con temas donde el humano establece nexos con la comunidad ante los cambios globales, no tienen un padre tutelar; ven a México con desconfianza, cinismo y sarcasmo y ha decidido publicar desde la periferia. En los últimos años varios de esos escritores se hicieron “atractivos” para las editoriales comerciales y, al respecto, Almadía acaba de publicar la antología Grandes hits. Nueva generación de narradores mexicanos.

En busca de un lugar en las letras
Sin embargo, aún les falta probar que son una verdadera generación de la que podría salir el o los autores que se incorporen a la tradición de la literatura mexicana. A ese grupo Jaime Mesa lo llama la Generación Inexistente; por su parte, Rafael Lemus le exige: “Escribir aquí y ahora: no puede pedirse algo más elevado a los nuevos narradores mexicanos”. Mesa asegura que el interés de las editoriales comerciales por publicar a esos narradores responde a una estrategia y que eso no garantiza su permanencia en las letras.
Tryno Maldonado, editor de la antología, dice que el grupo pretende mirar a México y a la tradición desde afuera, casi desde el limbo con una perspectiva paródica y boicoteados desde su propio interior. “Es una literatura despojada de ideologías y patriotismos impostados, pero que no pretende hacerse pasar por cosmopolita o universal”.

Taxonomías arbitrarias
La escritora Margo Glantz, que fue uno de los narradores que ayudaron a elegir los 19 autores de Grandes hits, señala que las generaciones son siempre arbitrarias, la única seguridad es la fecha de nacimiento. “Tienen la vigencia de ciertos acontecimientos históricos, de algunos cambios y cierta sensibilidad; eso no quiere decir que ya formen una verdadera generación de escritores porque hay gente que surge y luego se acaba. Hay que considerar que la recepción literaria está sujeta a la veleidad cultural”.

En espera del juicio de la historia
Aún cuando el crítico literario Adrián Curiel Rivera considera muy temprano hablar de una generación que marcará la literatura, Maldonado dice que la riqueza de temas, estéticas y formas, características de su generación no pasan por el centro del país.
“Ya no es como en otras generaciones, por ejemplo, la de medio siglo en la que aunque fueras de Xalapa como Pitol, de Veracruz como Juan Vicente Mello o de Yucatán como Juan García Ponce, todos tuvieron que pasar por el centro para ser visibles para las editoriales”.

Ver a México desde fuera
A la dispersión temática que les caracteriza se suma el que, contrario a los autores de la generación del Crack —quienes omitían a México en su obra—, la generación de los 70 habla de México, pero con desconfianza: abordan los clichés de lo que pretendidamente es la identidad nacional desde formas paródicas, excépticas y desencantadas.
Dice Maldonado que emprenden la identidad nacional hacia afuera “al enviar una especie de resonancia hacia otras tradiciones, países y géneros como el cine y la música pop”.
No obstante, a los 19 autores reunidos en la antología, entre los que destacan Antonio Ortuño, Guadalupe Nettel, Alejandra Maldonado, Eduardo Montagner, David Miklos, Ximena Sánchez Echenique, Martín Solares y Heriberto Yépez, les falta probarse frente al tiempo.
Lo confirma Adrián Curiel: “es difícil precisar si una producción tan fresca tiene algún aporte o va a tener alguna trascendencia hacia futuro; incluso para la generación anterior, la de los escritores de mi edad”.

domingo, 25 de mayo de 2008

Conexión

"De eso se trata la frágil conexión entre los hombres; esos hilos que te jalan hacia un centro, hacia la confluencia de otras fuerzas que te dicen que perteneces a algo más grande y perpetuo aunque te sientas terriblemente solo."

sábado, 24 de mayo de 2008

El malogrado

"La verdad es que no hay nada más espantoso que ver a una persona que es tan grandiosa que su grandeza nos aniquila, y tenemos que ver y soportar ese proceso y al fin y al cabo aceptarlo también, cuando, realmente, no creemos en ese proceso, no creemos aún mucho tiempo después de que se nos haya convertido en una realidad incontrovertible, pensé, cuando ya es demasiado tarde para nosotros."
Thomas Bernhard

Extremos

¿Qué hace a un hombre, en el tramo final de su existencia, reflexionar sobre el motor vital del erotismo? ¿Qué hace a otro, en el arranque de su vida productiva, cavilar sobre el final?
Vicente Alfonso
(Tomado del blog "El síndrome de Esquilo")

miércoles, 21 de mayo de 2008

Rabia en "Reforma"


Describen el vértigo que causa la soledad
Por Jorge Ricardo

Jaime Mesa escribió una novela de soledad fragmentada y fría, de la orfandad y la rabia que deja desconectarse del chat sin haber obtenido nada. "Rabia fue escrita en la madrugada, tras navegar horas en la red. Regresaba del trabajo a las 11 o 12 de la noche, y abría internet unas tres horas, abría word, abría dos navegadores, mi correo electrónico, el messenger, el chat y después de revisar noticias, de inventar personalidades, de ver videos al mismo tiempo, me creaba una conciencia, exacerbaba el sentimiento de orfandad y escribía hasta las nueve de la mañana." El resultado fue un personaje de 33 años llamado Foster por su fijación a la cerveza, lleno de confusión y quien inventa personalidades en el mundo tangible como quien lo hace en el messenger, que hace largos viajes para ver a sus amantes y se acuesta con un hombre, que golpea y engaña, y cree que la vida se trata de otras cosas más que de instantes de supuesta felicidad.
"Es cansado después de un tiempo mantener una alta sintonía en varias relaciones. Porque se supone que las mujeres, las buenas mujeres, desean ser queridas y no sólo sexo. Creo que mi problema radica en que no me intereso por una noche, cada vez que inicio algo nuevo tengo la intención de que ella sea la especial, la que ame verdaderamente, la única. Pero es una contradicción desde el principio porque no termino mis lazos anteriores", piensa Foster.
La obra, ubicada en la mayor parte en Estados Unidos, describe algunas temporadas que Jaime Mesa vivió en ese país. "El asunto era: todo está bien, tienes trabajo, tienes familia, pareja, todo está perfecto, y de pronto te levantas en la mañana y dices algo hace falta, hay un vacío", dijo el autor.
"La vida se trata de cosas más abrumadoras. Se trata de despertar cada día buscando desesperadamente algo a lo cual aferrarse para no terminar con una escopeta en el mentón. Un orgasmo, un hit inesperado, un duelo de ceros entre pitchers, un te amo febril no son la vida. Ni siquiera una parte de ella. Son pretextos para olvidarse de la vida", analiza Foster.
Jaime Mesa pretendió crear un personaje que fuera la conciencia de este tiempo. "Su mayor bandera es la orfandad, la soledad, sin compromisos, donde las personas existen en tanto te sirven. No hay tiempo, porque entre más te dé el mundo antes de llegar al instante de la muerte es mejor. No hay paraíso, no hay razón ni ciencia, la ciencia te explica qué es el cáncer pero no impide que te mate."
"No hay tiempo", dijo Mesa, "y sería mejor pensar las cosas antes de hacerse, pensar la vida unos minutos, pero si la piensas puedes perder tu lugar en la fila del banco".
La soledad que tiene Foster la siente gran parte de la población, porque no hay tiempo para reflexionar sobre este vacío reciente.
Además de las situaciones descritas en la novela, Rabia se relaciona con internet a través de las sensaciones que causa.
"Navegar es tratar de conseguir cosas, todo existe ahí adentro, donde puedes controlar tu tiempo, tu vida. Internet convierte a las personas reales en ventanas de windows, si te aburres cierras la ventana, pero internet nunca te da lo que promete. Todo parece perfecto en internet, pero, bueno, tienes que cerrar e irte a la cama."
"Lo que te imaginas es muchísimo mejor que la realidad", dijo el escritor.
El vacío del tiempo produce una rabia "subcutánea", dice Mesa, que se resuelve en la amargura o en disparos hacia los otros. Foster lo resuelve de la segunda manera. Al final, con rabia cierra todas las ventanas, excepto la suya: la vida real no puede reiniciarse.
***
Así lo dijo
"Quise que el ritmo de la novela fuera vertiginoso, no perder el tiempo en largos pasajes, el lector ya no tiene tiempo de imaginar muchas cosas. En internet cualquier persona sabe casi todo."
Jaime Mesa. Escritor

Fuente: Reforma / México. Martes, 20 de mayo de 2008

domingo, 11 de mayo de 2008

Rabia en "Laberinto"

El sábado 10 de mayo el suplemento "Laberinto" de Milenio publicó el siguiente fragmento de mi novela Rabia (Alfaguara, 2008):




Cinco minutos y las camionetas de las televisoras han llegado. Además, tres o cuatro camarógrafos salen del estadio y con las cámaras encendidas recorren las calles. Alguien ha empezado a romper los vidrios de las tiendas cercanas. Primero fue un tímido lance de una piedra. Casi con curiosidad. Luego otro más ha echado abajo una señal de Dead end y con ésta parte los parabrisas o abolla la carrocería de los autos. Cada segundo se incorpora una persona al ejército de ciudadanos destrozando el orden que minutos antes se mostraba impávido. La paz se mira en un hombre que se ha quedado inmóvil. Con una mirada más cínica se podría decir que lo disfruta. Ya soy uno más. Me distingue, si acaso, esa cierta incredulidad en mis ojos. Sin embargo, diez o veinte hombres más dejan ver el mismo semblante. Una hilera de autos tumbados sobre el toldo le confiere a la escena el presentimiento de que alguien ha muerto ya. Entonces de entre los grupos aislados que rompen vitrinas o autos, destacan siete hombres que se arremolinan sobre un viejo que, en el suelo, trata de cubrirse el rostro con las manos. Sangra. Los cuerpos llegan de todas partes, cesan en su empeño por derribar un semáforo. Y entonces cae alguien más. Y otro. Son objetivos que no representan nada en particular. Contemplo aquello y aprieto los puños. Me preocupa algo. Por eso miro a mi alrededor tratando de advertir un síntoma que me cambie de lugar en esa pelea. Entonces siento un extraño odio hacia el tipo que sostiene en alto una cámara de televisión. Por mi mente ya no pasan ideas, sólo impulsos. Pienso en aquel viejo, pienso en Emilia y Beca. Tengo en la cabeza al pelotón de mujeres que necesitan algo de mí, que no pueden contentarse con la idea de que las necesite por momentos y que luego no sienta nada por ellas. Yo también quiero cosas, como ellas. Traigo a cuenta la vergüenza que acaba de hacerme pasar Emilia y todo porque me ama. Sí, al principio es una cosa de odio, desatado por no entender por qué tengo que soportar aquello, por qué tengo que explicar mi comportamiento y mi poca necesidad de ellas, de todos, comenzando con Emilia y las otras. Por qué tengo que armarme de paciencia y explicarles que simplemente no me apetece, lo que fuera, que ya no quiero seguir más. Había tenido que armar todo un ritual para desprenderme de esas relaciones. Y entonces ahí estaban con sus necesidades, gritando, haciendo escenas, como Emilia, o llorando o lo que fuera que iban a hacer las demás cuando las dejara. La rabia que siento ahora es producto de esos seres a mi lado, de esos fantasmas que aun sin su presencia física piden algo de mí cuando no estoy dispuesto a darles nada.Azoto la piedra que momentos antes me ha servido para romper el parabrisas de un Mercedes contra la nuca del camarógrafo. Enseguida voy contra otro más y de un solo golpe le tumbo la cámara. Algunos más se me unen. Han entendido las señales que un nuevo líder ha dejado ver. Los que golpeaban al anciano cesan en su intento de quebrar más huesos y se dedican a cazar a los tipos de la televisión que ahora tratan de esconderse.Imagino a un hombre, luego millares como él lo harán, que sentado a muchos kilómetros de ahí, o incluso, en uno de los edificios cercanos, se levanta enfurecido del sillón porque la imagen en vivo que filmaba un camarógrafo se ha ido. Trata de cambiar de canal. Al final se conforma con una toma aérea desde los primeros helicópteros que llegan. Yo sólo he dado el primer golpe. Luego dejo que los demás terminen el trabajo. Alguien en las noticias de la noche, con mi imagen atrás en primer plano, dirá que he atacado a un símbolo. Se olvidará de los nombres de los cinco camarógrafos heridos de gravedad y del sexto muerto. Dirá que fue un ataque contra la libertad. Pero ya no tengo tiempo para pensar. Me siento vivo. Es la primera vez que la sangre que asciende vertiginosamente hasta mi cabeza me habla. Oigo el estruendo dentro de mí, el gemido placentero de mis células gozando con el quebrantamiento del orden. Ahora vamos hacia la camioneta de una televisora. La abrimos. Alguien se ha subido y zafa la antena satelital. Goza con el crack. El conductor, que ha permanecido todo el tiempo dentro, pone marcha atrás y acelera. Un hombre muere instantáneamente con el golpe de varias toneladas sobre su cráneo. Ni a mí ni a nadie nos importa. Sólo nos montamos en el vehículo, metemos los brazos por las ventanillas. Sangre. Por fin alguien logra llegar al rostro del conductor y mete los dedos en la cuenca del ojo izquierdo.Me tomo unos segundos para descansar porque siento los pulmones pegajosos y húmedos. Al cabo de un tiempo el miedo se adueña de mí. Cuando el rostro de Emilia y de las otras se van empiezo a sentirme como un ser indefenso. Ya no participo en la destrucción. De alguna forma he cambiado de bando e imagino que alguien me verá y vendrá tras de mí como antes fueron por los que protestaban por el inicio de la violencia. Aunque sé que el único lugar seguro es dentro del ritmo de todos, ya no tengo fuerzas. Mi cuerpo ha dejado de sentir placer y no sabe cómo reiniciar el impulso. Ya no llega. Atrás de mí escucho un grito agudo que cesa con un golpe, con el estallido de una mandíbula. A la distancia distingo nuevos colores. Enseguida el ulular de las sirenas. Tardíamente comienzo a ver otra clase de hombres. Pero poco a poco las manchas oscuras, ataviadas con caretas y escudos, se abren paso entre la multitud. Ahora la gente ya no destruye autos sino que se vuelve contra los policías. Se oye un disparo. Es increíble que estén disparando, me digo. En ese instante siento el dolor en los puños y en los brazos. Observo mis nudillos y me doy cuenta del horror de la carne destrozada. Casi puedo ver las salientes de los huesos. La policía va ganando camino. Ahora hay dos camiones lanzando agua a través de una torreta que tiene el aspecto de un cañón. En el centro de la calle se vislumbra, cuando la gente comienza a dispersarse, a un grupo de tres o cuatro policías que golpea a un hombre tirado en el suelo. Debe tener unos cincuenta años. Lleva una gorra azul de los Cubs. Lo reconozco y estoy a punto de gritar que lo dejen, que se han equivocado de hombre, que el pobre desgraciado es padre de un hijo con una prodigiosa memoria. Quiero gritarles que minutos antes, u horas, porque ya no tengo conciencia del tiempo, ha estado plácidamente sentado presenciando el juego, que tenía esa mirada tan dulce mientras la ilusión de padre se le escurría por todo el cuerpo. Los policías se retiran. Van buscando otros perpetradores. Quiero acercarme pero tengo miedo. Así que sólo miro. El hombre ha quedado en el suelo. Trata de levantarse torpemente. Eso me sirve para darme cuenta que el principal impedimento es la pierna partida en dos. ¿Dónde está el hijo?, pienso desesperado porque nadie ayuda al hombre.Imagino una toma aérea donde deben verse varias siluetas penetrando sistemáticamente a la turba. En el otro extremo de la calle se distingue una marea de cuerpos desplazándose para huir. En calles aledañas se nota la llegada de varias patrullas, cierran las distintas vías. Tres más aceleran a toda velocidad para tratar de cortarle el paso a los que corren. En medio, si se mira bien, un hombre está recargado sobre un auto. Inmóvil. Soy yo. A primera vista parece que sólo soy un paseante, alguien que iba a cruzar la calle en un mal momento.Cuando el sentido común, bombardeado toda mi vida con frases puntiagudas de no atreverme a estar fuera de la ley, me empieza a decir que es mejor arrodillarse y esperar la embestida de uno de esos hombres de negro, escucho un “psst, psssst” que surge de algún lugar arriba. Casi con desenfado vuelvo la vista y veo a una mujer que sale de una de las ventanas del edificio. Aún a la distancia puedo distinguir su gordura mórbida. Muestra una preocupación honesta y hasta cierto punto seductora. Por un momento pienso en mi madre. Entonces una caravana de sensaciones salvadoras pasa junto a mí. Sé que no es del todo imposible. Foster, c’mon, man. Why do you stand there like an idiot?, el tono de la mujer ya no se presta a confusión. Sé que no he visto a mi madre en años pero que jamás podría llegar a hablar con ese acento, ella tan propia, ella tan académica, ella tan… Cuando me doy la vuelta y escucho el sonido de la puerta que da la señal para abrir, y luego me introduzco en el edificio, aún no he recordado a quién pertenece esa voz. Antes de seguir subiendo las escaleras, me dejo caer en los peldaños. El dolor en los nudillos es espantoso. Ahora ya no puedo ver ni siquiera el hueso debido a la hinchazón. Sólo quiero dormir. Ahí mismo. Entonces veo desfilar una hilera de policías afuera y con renovadas ganas me levanto y avanzo.Cuando ubico esas facciones entre los innumerables rostros de mujeres que he visto en mi vida, maldigo.Pero no tengo otra opción e incluso ésa me parece segura. Sigo subiendo sin detenerme.


Jaime Mesa

¿Narrativa joven? ¿La leemos?


El escritor Antonio Ortuño publicó el 24 de abril en la página web de Letras Libres el siguiente texto:



La próxima semana se presentará en Oaxaca una antología de jóvenes narradores mexicanos (todo lo jóvenes, al menos, que puedan ser los nacidos en el decenio de los setenta). Se llama Grandes Hits, su editor es el novelista Tryno Maldonado y le da sello la casa Almadía. Fueron seleccionados para el libro 20 autores, con el único requisito de tener algún libro publicado. Un comité de lumbreras que incluía entre otros a Pitol, Villoro, Glantz, Bellatin y Enrigue, se ocupó del palomeo. La primera noticia, sorprendente, es que existan 20 narradores jóvenes en México dignos de ser antologados. No sólo 20, además, pues la portada del libro incluye la acotación de que es un “primer volumen”. Estos son apenas una cucharada de la sopa entera.
¿Se avecina una buena cosecha de nuevas letras? El fuego de la controversia lo prendió el novelista Jaime Mesa, en un texto muy discutido que apareció en Laberinto. Mesa postulaba que aún no hay nada escrito por nativos de los setenta que valga la pena y proponía una lista de 21 autores a modo de apuesta futura. La antología de Almadía viene a sumarse a un debate que podría y debería ser divertido.
Como autor incluido en ambos listados propongo algunas consideraciones. Primero, que hacer a antologías a estas alturas es, cuando menos, prematuro. Más de alguno de los seleccionados no volverá a escribir o publicar narrativa. Alguien tómese un rato para ver qué fue de los incluidos en la Asamblea de poetas jóvenes de México, compilada por Gabriel Zaid en los setenta precisamente, mientras los ahora antologados nacíamos: hay futuros profesores, diputados, cineastas, vagabundos y borrachos pero poquitos poetas. Una antología de nacidos en los setenta es una quiniela y lo seguirá siendo durante años.
Segundo, ni este hecho que anoto ni las antologías mismas son en el fondo asuntos literarios. Lampedusa, Celine, Cervantes mismo, no habrían aparecido en antologías de sus jóvenes contemporáneos. Cualquiera podría ser el mejor escritor de la generación de los setenta —si tal título nobiliario importa, cosa que francamente dudo— aunque comience a escribir o publicar dentro de cuarenta años. Este juego de las sillas, aunque gracioso, es eso: un mero juego de azar.
Por lo pronto, y sólo para arrojar más boletos a la tómbola, agrego mi propia lista de autores que no figuran en la lista de Mesa o la antología.
1. Nicolás Cabral. 2. Héctor J. Ayala. 3. Mariño González. 4. Rogelio Guedea. 5. Fernando de León. 6. José Israel Carranza. 7. Gabriel Wolfson. 8. Jorge Harmodio. 9. Julián Herbert.

Nueva generación de narradores mexicanos


: grandes hits vol. 1
nueva generación
de narradores mexicanos


Tryno Maldonado


INTRO


01. Peligroso pop
¿A qué suena la literatura de esta nueva generación de narradores mexicanos? ¿Tiene aún ecos de canción ranchera, de corrido revolucionario, o será que aquella influencia ha sido sustituida por la violencia del hip-hop urbano y por las historias sórdidas de los narco-corridos? ¿Es todavía su majestad el rock and roll la banda sonora de nuestros narradores jóvenes como lo fue en su tiempo para la Onda, o se trata ésta de una generación que prefiere las modulaciones dóciles y tradicionales de un ensamble de cámara sin apostarle gran cosa a la búsqueda de nuevas formas? ¿Son el jazz y la fusión con sus ritmos salvajes y sincopados lo que sale de las páginas de nuestros escritores emergentes, como sucedió con el Boom latinoamericano? ¿Será tal vez una generación similar a la anterior, la de los narradores mexicanos nacidos en los sesentas, cuya obra suena todavía a chill-out y world music? ¿O probablemente sea que la música electrónica, el indie y las dulces tentaciones mercantiles del pop y del rockstar-system han marcado de alguna forma a nuestros nuevos autores?
¿A qué suena la literatura joven de México? Averiguarlo fue el objetivo de este libro. ¿El resultado? La compilación de diecinueve tracks con la banda sonora que tienen ustedes ahora en sus manos.


02. Mecánica de selección MTV
Para reunir a un grupo de narradores jóvenes que poseyeran las propuestas estilísticas y temáticas más interesantes, opté por establecer un marco de edades que iniciara con los nacidos a partir de 1970 y que cerrara con un arbitrario corte de caja en 1979, todos con al menos una obra publicada en castellano (los narradores nacidos en los ochentas merecen un capítulo aparte). Para concentrar a una generación emergente que empieza a cosechar sus primeras obras maduras, como varios han demostrado, recabé la opinión de un grupo diverso e incluyente de escritores de solvencia probada y de críticos reconocidos. Ellos fueron las voces autorizadas que avalaron la primera etapa de este proyecto basado.
La mecánica de selección –decididamente influida por el Top Ten de MTV– fue la siguiente. Los escritores y críticos que aparecen como Consejo Consultivo son aquellos que se animaron con la idea, que decidieron respaldarla y con quienes estoy en deuda por su confianza, interés y accesibilidad. Respeté el hecho de que algunos decidieran recomendar menos de los cinco nombres que les requerí –lo que incidió directamente en la formación de un cuello de botella entre “los más votados”, como sucede muy a menudo en el Top Ten: shit happens...–.

Mi Consejo Consultivo estuvo conformado como sigue:
Leonardo Da Jandra, Guillermo Fadanelli, Javier García Galiano, Eve Gil, Margo Glantz, Sergio González Rodríguez, Mario González Suárez, Patricia Laurent Kullick, Mónica Lavín, Rafael Lemus, Mauricio Montiel Figueiras, Eduardo Antonio Parra, Sergio Pitol, Cristina Rivera-Garza, Daniel Sada, J. M. Servín, Rogelio Villarreal y Juan Villoro.
La lista preliminar de recomendaciones que arrojó la votación de este Consejo estuvo integrada por más de cuarenta narradores jóvenes dedicados a la escritura de manera profesional, cada uno con al menos una recomendación. De esta primera etapa, estuve obligado a eliminar automáticamente 1) a aquellos que por edad no cumplían el requisito, y más tarde 2) a quienes habían recibido un único voto, quedándome así con una lista más cernida en cuanto a número y calidad para explorar en su obra. El siguiente paso fue leerlos a todos.
Es claro que no necesariamente los escritores más visibles son por consecuencia los más talentosos y que incluso los charts más respetados suelen estar llenos de one-hit-wonders. La mecánica de votación fue sólo una guía, un filtro objetivo y plural para tamizar el campo de mi selección. Por ello, tanto yo como el resto del Consejo Editorial de Almadía, tuvimos también oportunidad de ejercer nuestra propia votación para apuntalar a algunas autoras o autores de evidente talento, aunque quizá no tan visibles por razones varias (como el hecho de haber publicado en editoriales independientes o institucionales, por haber contado con la mala fortuna de una distribución azarosa, por vivir fuera del país, etcétera). Ésas fueron mis apuestas.
La lista definitiva, luego de muchos meses de lecturas y de un largo proceso, quedó formada por veinte narradores y narradoras. Sólo uno de ellos no pudo llegar a la fecha límite para la entrega de textos por razones que se salían de su control y del nuestro. Decidí respetar su lugar, no regalar a nadie más ese sitio que justamente fue ganado, dejarlo desierto. Así fue como al final del día me quedé con la lista de los diecinueve narradores que atienden a este libro. Los textos que entregaron son en su mayoría inéditos, varios de éstos parte de una obra en progreso o escritos exprofeso para este libro. Es con ellos, los diecinueve autores, con quien más agradecido estoy por el privilegio y el placer que significó trabajar conjuntamente en esta labor de selección y edición de su obra.
Hay que dejar claro que la intención de este ejercicio nunca fue alcanzar un enlistado jerárquico, ni vertical, ni con pretensiones canónicas ni de establishment. Por el contrario, se trata de poner sobre la mesa del continente narrativo mexicano una apuesta horizontal y diversa por un grupo de narradores y narradoras jóvenes con talento probado, tener la oportunidad de ir inquiriendo como lectores sobre los temas y las formas que estarán apareciendo en la agenda de la literatura mexicana durante los próximos años.


03. Una generación huérfana y desencantada
En su mayoría puede decirse que a la que pertenecen los autores de esta antología es una generación huérfana y dispersa. Salvo los casos de los autores con más tiempo en activo (cuando Octavio Paz recibía el Nobel los más viejos estaban cumpliendo veinte años y los más jóvenes cursaban apenas la primaria), se puede hablar de que ésta es la primera generación que comenzó a escribir y publicar sin la sombra de una figura patriarcal y hegemónica. Cuando se carece de padre, suele recurrirse al abuelo o al tío: otras tradiciones, otras geografías, pues las nuestras no ofrecen nada en particular que le quite el sueño a los nuevos autores. Para esta generación ya no es cool cometer parricidio simplemente porque no hay contra quién hacerlo. El poder patriarcal está disperso y no tiene rostro. La tradición nacional tampoco es algo que les entusiasme ni les quite el sueño.
Ésta ha sido la primera generación que recibió buena parte de su educación sentimental del plástico de una computadora, que fue arrullada con la televisión y entretenida con el joystick de un Atari o de un Nintendo. Aunque es claro que Internet ha ayudado a abrir canales de información más dinámicos y a crear la sensación de una dispersión de poder del centro (la tercera parte de los autores reunidos aquí nacieron en el DF y, cosa digna de notar, no hay presencia del sur), también es evidente que las formas y ritmos de escritura electrónica en los blogs, por ejemplo, no han permeado los discursos, que continúan siendo casi siempre formalmente dóciles y tradicionales.
A la que pertenecen los autores de esta antología es una generación llena de desencanto, que se pertrecha en el cinismo y en la indiferencia para evitar volver a ser defraudada, que ya no cree en nada porque toda su vida ha transcurrido en el engaño. Una generación a quien su país ha criado a base de grandes dosis de promesas incumplidas, una mayor que la otra, como una broma que no tiene fin. Se les prometió un orden social justo luego de una revolución que paradójicamente terminó por dar a luz al partido político que gobernó durante más de siete décadas. Se les prometieron las virtudes lenitivas y purificadoras del neoliberalismo, del primer mundo y de un orden global, que los harían verse un poco más fashion, más bonitos y menos sucios. Pero de eso nada. Se les prometió más recientemente al fin una democracia y una sucesión en el poder. Pero sobre eso, tampoco han visto muy claro aún.
De esta forma, un buen día decidieron mirarse los unos a los otros con desconfianza, hundir la cabeza entre los hombros y reírse de todo, no hacer nada, abrazar el desencanto, la poca vitalidad, el ascetismo y el tedio, reírse sobre todo de ellos mismos antes de que alguien más viniera a hacerlo en sus caras. Pero la verdad es que por dentro se mueren de angustia.
Ésta es, además, una generación que nació cuando ya todo parecía estar hecho y cuando aparentemente ya nada nuevo se podía hacer. Las formas y los temas, desde luego, estaban agotados. Todos los prefijos “post” como formas de resistencia o de novedad (post-humanismo, post-rock, post-punk, post-hardcore, etcétera), comenzaron a sonarles sospechosos. Por eso es que tal vez creyeron que su misión en el mundo y dentro de la tradición era simple: pasársela bien, no tomarse nada en serio –mucho menos a ellos mismos– y tratar de ser cada día un poco más cool. Manifestarse en contra de su propio tiempo está mal visto, mostrar empatía por causas políticas o ideológicas ya tampoco es trendy. Cuando abrieron los ojos, se dieron cuenta de que se había vendido muy bien la idea de un mercado global, un mercado que astutamente había aprendido a adoptar y a vender incluso las posturas estéticas en apariencia más radicales y contestatarias. Por eso en el presente la rebeldía y la radicalidad son lo más chic, y ellos, los nuevos escritores, han optado por resguardarse en las formas tradicionales para, bien que mal, resistir a este embate. Lo reaccionario, lo conservador, las formas probadas, la literatura de géneros (novela negra, novela histórica, ciencia ficción, fantasía, terror, etcétera) están siendo sus trincheras de resistencia. ¿Habrá una muestra más clara de lo contradictorio que resulta el espíritu de esta generación? Sólo algunos de estos narradores se han aventurado a un poco más: llevar a cabo ejercicios posmodernos de hibridación, parodiar las formas tradicionales e intentar sabotear los grandes relatos, pero ésos son los menos y sus resultados de variada suerte. Los registros narrativos son también ascéticos, algunos pretendidamente neutrales, nadie quiere ensuciarse las botas. Estamos, en su mayoría, frente a lo que promete ser una generación conservadora.
Por si fuera poco, cuando estos nuevos autores comenzaban a publicar, a alguien se le ocurrió decretar absurdamente el fin de las fronteras y de las nacionalidades en la literatura. Algunos lo celebraron, otros más se rieron con ganas, pero lo cierto es que haciendo el recuento, es un hecho que México no aparece más como tema, ni con mayúsculas, ni como factor de debate ni de tensión en los discursos de estos nuevos autores, como sí lo fue para generaciones anteriores. ¿La “gran novela mexicana”? ¿En qué canal pasan eso?
Como era de esperarse, esta generación pretende mirar a México y a la tradición desde afuera, desde un limbo –si tal cosa es posible–, o simplemente con recelo. México aparece en sus obras, pero sólo por omisión. En el mejor de los casos, los tópicos nacionales son parodiados y boicoteados desde su propio interior. Quizá haya sido para bien. Lo que ha resultado de todo esto es una literatura despojada de ideologías y patriotismos impostados, pero que no pretende en absoluto hacerse pasar por cosmopolita, ni mucho menos por “universal” o producto ready-made listo para ser traducido a veinte lenguas y ser llevado a la pantalla grande en cualquier idioma. No. En los nuevos discursos de los narradores mexicanos el individuo queda desnudo y vindicado a pesar de (o gracias a) lo conservador de sus formas, con las que no se distraen más. Lo que estos narradores exponen, sea cual sea el escenario, real o ficticio (es lo de menos, que no los distraiga el topos), son las nuevas dinámicas que ha encontrado el ser humano para entablar nexos con la comunidad en este nuevo orden global, las maneras en que se reagrupa y en que se reconoce en sociedades propias o de exterrados en otros países. De esta forma, la identidad de lo mexicano ya no es buscada con anteojeras en su propio ombligo ni en la propia literatura, como sucedía desde la novela de la revolución hasta la novela de Fuentes, sino que ahora es indagada mediante dispositivos mucho más sutiles: por efecto de un barrido de resonancia sobre el exterior que espera que le sean retornadas señas de identidad, en la silueta que proyecta sobre los otros y en las maneras en que intenta crear vínculos afectivos y de identidad con aquéllos. Un grupo extranjero afincado en Puebla con sus propios usos y costumbres (Montagner), un grupo de cazadores masai en París que adoptan a un mexicano mediante un ritual (Rodríguez), oaxaqueños emigrados a Marte (Fernández), viajeros sin tregua que viven en aeropuertos y que no tienen hogar fijo (Sánchez Echenique), individuos interconectados por una world wide web que en vez de información transmite divinidad y redención (Harmodio), un grupo de niños que se agrupan al inicio del año lectivo para entablar un pacto que los une y los distingue frente a los otros (Nettel), mundos virtuales donde se eligen y se reconforman identidades nacionales sobre pedido (Yépez), individuos que indagan sus ligas genealógicas a través de siglos y de continentes (Lomelí), un chica que sufre un desaguisado en un encuentro multilingüe en un antro de Londres (Maldonado), etcétera.
En los tracks de esta compilación, Bernardo Fernández, Martín Solares, Jorge Harmodio y Heriberto Yépez se alejan de México conjurando universos prospectivos o mirando al país con desconfianza. Yépez crea un hipotético mundo del futuro donde se es libre de elegir nacionalidad y reconfigurarla a la carta, y donde, por cierto, la preferencia por la identidad mexicana está visiblemente a la baja; la democracia, el espectáculo y las dinámicas del mercado son uno y el mismo orden que rige un mundo postglobalizado y ascético donde nadie se muestra inconforme, ni opone resistencia, ni se rebela porque ya no es cool hacerlo y, en todo caso, simplemente no hay ya contra qué ni contra quién: el poder está disgregado, tal como sucede para esta generación en una época de corporativos sin cabeza y de gobernantes mediáticos. En el universo creado por Bernardo Fernández, los migrantes mexicanos ya no sólo deben cruzar la frontera norte como ilegales para hallar un nivel de vida más decoroso, sino jugarse la suerte en un viaje espacial a Marte, una colonia multicultural de la que no hay retorno. Mientras que en el texto de Solares, México aparece como un basurero gigante e indescifrable ante los ojos de los gringos que, instigados por el miedo y la ignorancia frente a lo prójimo, sólo pueden explicarlo y explicarnos a los mexicanos por medio de teorías conspiratorias o, en el mejor de los casos, como una elucubración inefable de los extraterrestres.
Para Pablo Raphael, Bernardo Esquinca y Alain-Paul Mallard, la salida de México se realiza al momento en que miran a otras tradiciones para elegir a sus padres literarios –en dos de ellos, como en varios otros, esta salida no sólo es literaria sino física–: el primero utiliza como personajes a Silvia Plath y Ted Hughes, y el segundo a un alter ego de J. G. Ballard vuelto detective para elaborar sendos ejercicios metaliterarios; mientras que Mallard, por su parte, vuelve tema del relato la ceguera de Borges y de Joyce al rememorar la de su propio abuelo. Tanto Mallard como Guadalupe Nettel –también afincada en el extranjero– visitan la infancia con voces sensibles, bien afinadas y lúcidas que se toman su tiempo para regodearse en las cosas más sutiles del mundo: en Mallard el peligro inminente de una ceguera que va opacando al mundo, se cierne en forma de una amenaza que trastoca la realidad tal como antes era conocida; mientras que en Nettel la propia amenaza la encarnan sus mismos personajes, un grupo de niños que se colude año con año para marcar a sus víctimas y diferenciarse del resto. La angustia es vuelta rencor, hostilidad y desconfianza hacia el exterior.
Por otro lado, encontramos a Alejandra Maldonado, Juan José Rodríguez, Ximena Sánchez Echenique y Eduardo Montagner: aunque diametralmente opuestos en la manera en que conciben la literatura y la forma en que respiran sus prosas, los cuatro también deciden narrar desde el extranjero o con óptica de extranjería. En ellos tres la angustia, la amenaza de lo extraño y la necesidad de reconocerse en los otros, son puestas de manifiesto mediante sus narradores, forasteros en países que encierran diversos subconjuntos de migrantes venidos de otras latitudes. Los personajes de Montagner –caso particular– se encuentran localizados en esos subconjuntos dentro de su propio país, México. En Rodríguez, una tribu de guerreros masais cazadores urbanos de leones montados en motocicletas, ha traspasado y ha adaptado hasta el centro mismo de París cada elemento de su cultura desde la sabana de África; su narrador, mexicano, se vuelve un intruso, un elemento extraño, cuando se ve inmiscuido fortuitamente en un rito tribal que terminará por decirle muchas cosas sobre él mismo. En tanto que en Maldonado, la protagonista rebasa toda corrección política al momento de librar un conflicto babélico en Londres detonado por unos papeles de cocaína. Los personajes de Sánchez Echenique parecen los más radicales en este sentido: viajeros perennes o seres auto-expatriados sin una órbita determinada buscando validar su identidad nacional en cada nuevo puerto.
En el texto de Antonio Ortuño, el elemento discordante y extraño –y por lo mismo doblemente atrayente– que altera el orden de un universo interno preestablecido, lo pone una mujer en apariencia cándida y fría a la que le son indiferentes los deseos de la carne y la labia de un director de películas porno. Algo similar sucede en el texto de Alberto Chimal, donde la amenaza viene de afuera para una pareja que ha arreglado un pacto de esclavitud y dominación, cuyas reglas internas no guardan relación directa con la manera en que está normada la sociedad ni con sus parámetros morales, y que por lo tanto implican un peligro para la manera peculiar en que ellos ocupan el mundo.
En los textos de Julieta García González, Luis Felipe Lomelí, Antonio Ramos, Pablo Raphael y Bernardo Esquinca, la amenaza externa que trastoca lo cotidiano y provoca la angustia tiene nombres y formas específicas de animales: un perro hostil que desde la calle termina obsesionando al protagonista e invadiendo su ámbito, una leona que devora poco a poco y con aparente dulzura la mano de su domador, una serpiente que inyecta su veneno para inducirle al personaje central unos instantes de muerte, una tortuga laúd cuya intrusión representa el elemento detonante de discordia en una pareja y, finalmente, un tiburón blanco como símbolo, filmado en el momento del cortejo luego de haber devorado a una ballena. Lomelí es quien lleva a sus últimas consecuencias la salida de México hacia otras esferas en busca de identidad: su texto desarrolla eslabones, rizomas que se extienden para engarzar historias, continentes y generaciones a través de los siglos en un texto de estructura ambiciosa.
En las atmósferas creadas por Mayra Luna la amenaza proviene de algo intangible, de un alter ego malévolo, desdoblado a partir de la extrañeza de su propia corporeidad (la búsqueda de lo que parecía provenir de afuera siempre estuvo adentro). En David Miklos, en cambio, su protagonista debe articular un mecanismo de defensa ante la tristeza y la angustia que lo hacen afanarse en hallar símbolos allá afuera, en un mundo que simplemente no los posee. Despojado el mundo de símbolos, nos queda el desamparo, la soledad y la abulia, pareciera querer decir su narrador. De manera similar, Eduardo Montagner nos permite asomarnos a una antigua comunidad véneta en el centro de México, al momento en que el patriarca muere y en que de pronto el mundo, antes pasivo, rutinario y trivial, comienza a proyectar un torrente de símbolos al que cada miembro de la familia habrá de sujetarse, igual que en Miklos, para encontrarle sentido a la gramática de un mundo externo e interno que se les ha desmoronado sin más.
Quizá sea esta frase hallada en el relato de Ximena Sánchez Echenique la que dé la clave sobre la manera en que esta generación se ha relacionado con respecto la tradición y a México en general: “En efecto, cuando al fin tuve en las manos El principio del placer la ciudad de México ya se había derrumbado”.
En fin, ésta es la apuesta y éstos son los diecinueve invitados. Que valga como una polaroid grupal de aquellos autores y autoras mexicanos nacidos en la década de los setentas que están produciendo en este momento la narrativa más interesante de nuestro país. Habrá quienes hayan quedado fuera de cuadro, pero tendremos lista la cámara para una nueva toma.


Oaxaca de Juárez, febrero 2008

Publicado en Grandes Hits Nueva generación de naradores mexicanos, Almadía, 2008.