domingo, 18 de noviembre de 2012

A la memoria de Daniel Sada...


Presuntuoso afán*

Para Adriana Jiménez


Jaime Mesa


En 1791, James Boswell publicó la Vida de Samuel Johnson. A través de algunas notas fragmentarias, correspondencias, trozos de memoria y, sobre todo, una mirada audaz; Boswell escribió una de las más lúcidas biografías inglesas y reconstruyó la imagen del que a sus ojos fue el más célebre erudito y autor de su época. “Todo lo que sea relevante a un hombre tan grande como él es digno de observarse con detalle”, afirmó Boswell al respecto de Johnson.
A diario, y desde el comienzo de su amistad, el discípulo se esforzó por memorizar y transcribir lo dicho y lo hecho por su maestro durante las jornadas en las que había tenido la suerte de acompañarlo. “El presuntuoso afán de la existencia de James Boswell no fue otro que escribir la vida de su amigo y mentor, Samuel Johnson”; y en su empeño por revelarlo no ocultó su parcialidad: reverencia y afecto. “Sólo puedo escribir unas memorias disimuladas” advirtió Boswell.
Cuando ambos se conocieron, Johnson tenía 53 años y Boswell 22. Fue un 16 de mayo de 1763 en una trastienda donde el joven cometió un par de errores de civilidad que, pensó, le costarían el trato con el erudito. Sin embargo, no fue así, y por una razón, no sé si extraña, el gran Johnson no volvió a soltar a Boswell; se hacía acompañar por él, lo buscaba, e incluso, cuando se enteró por el propio Boswell de la biografía que planeaba, rectificó alguna información y se mostró complacido. Un aire de generosidad se respiró siempre en su relación. Johnson le daba consejos al muchacho, lo apoyaba y lo escuchaba mientras que Boswell atendía deslumbrado los consejos de su maestro; los cuales escribió a manera de agradecimiento.   
Hago esta larga introducción porque el 18 de noviembre de 2011 murió Daniel Sada, y desde entonces, a diferencia de Boswell, yo no he podido escribir más que fragmentos torpes que apenas perfilan el maravilloso narrador, poeta y maestro de escritores que Daniel fue. Nada, absolutamente nada, comparado con la claridad de las memorias que guardo acerca de él.
Durante el homenaje que le dedicaron en Bellas Artes, lo único que pude hacer fue una mención al poeta de Watanabe que Sada siempre repetía: “Fuimos rebeldes y audaces”; y ya.
Cuando Isaí Moreno me habló por teléfono la misma noche del suceso para comunicarme la noticia, y los días siguientes, pensé que yo no podría aportar nada para reconstruir el perfil de Daniel, ni agregar un solo dato que pudiera ayudar a la descripción o el análisis de su obra. De esa forma rechacé invitaciones de amigos para hablar por escrito o en entrevistas sobre Sada. Me sentía vacío de comentarios y opiniones. Supuse que en realidad no sabía nada de él.
No tuve, y no he tenido, el valor de Boswell para escribir sobre aquellos días junto a Daniel Sada que me transformaron y que fundaron en gran parte lo que ahora soy como hombre y como escritor. Es decir, que fue tan grande su generosidad que Daniel me abrió su vida entera y que en aquellas pláticas en su casa o en un café me dijo todo lo que quería que yo supiera de él, y que aquello fue un acto iniciático en mi propia vida.
 Con el paso del tiempo, me he sentido como Boswell, quien faltándole mucho para publicar la biografía, vio cómo desfilaban decenas de notas y libros sobre Johnson que daban la impresión de que ya no quedaba más por decir.
Ahora me es claro que fue tal la impronta que Daniel Sada dejó en mí que me harán falta años para escribir, si es que puedo, todo, o al menos parte, de lo que sé acerca de él. Mi duelo aún no termina y el dolor me araña todo el tiempo cuando dejo de pensar en la mentira que mantengo: “Daniel está de viaje, por eso no me habla”. No he aceptado, como se hace con las personas que uno ama, que se ha ido para siempre, y que ya no estará más para contestar mis correos o mis llamadas, para darme consejos o para reírnos.
Confieso que no fui a su entierro porque supe que no habría nadie que me comentara, con la precisa ironía y humor negro de Sada, que aquel bebé (enorme y con bigotito) que sostenía una señora era, en realidad, un hombre disfrazado para no tener que cumplir con el rito. Confieso que no he ido a otros homenajes a Sada porque sé que no habrá nadie a mi lado haciendo esfuerzos tremendos por no soltar la carcajada, diciéndome: “Jaime, Jaime, fíjate en las patillas de aquel moderador; para presentarse aquí los obligan a firmar un acuerdo de renuncia a la dignidad”; ni que tampoco he leído lo que se escribe de él porque no hay nadie que a las nueve de la mañana me hable a mi casa para comentarme el texto y que, después de una incisiva broma, me dé una lectura extensa y profunda, usando a los griegos, para explicarme por qué la perspectiva de este escrito está mal.
Confieso que también he dejado de hacer otras cosas: ya no he ido a la esquina de la calle donde vivía Daniel y donde se ubica el restaurante Frutos Prohibidos, el lugar en el cual, mientras tomábamos uno de esos jugos raros, me hablaba acerca de la importancia de no intelectualizar cuando escribimos, de todos los grandes errores que se derivan de ese ejemplo torpe de soberbia. Ahí, usando a Fitzgerald (otro de sus adorados) me enseñó cómo hablar sobre una silla sin mayor herramienta que el sentido común, y sin mayor pretensión que narrar lo que es.
Con todo este grito a la nostalgia pretendo nunca olvidar aquella frase de Boswell que he citado al principio: “Todo lo que sea relevante a un hombre tan grande como él es digno de observarse con detalle”.
Las primeras lecciones que me dio Sada ocurrieron cuando lo conocí y le dije ingenuamente que yo había escrito seis novelas y me aplastó diciendo: “ay, cabrón, has escrito más que yo”; o cuando en su taller le imploré paciencia en la entrega de mi nuevo capítulo porque, en mi inocencia, se me había ocurrido leer Porque parece mentira la verdad nunca se sabe (la gorda, decía él) y me había descuartizado el ritmo, la percepción y todo mi escueto mundo literario, como si fuera un novillero embestido por un Miura de 500 kilos.
Pero en aquellas lecciones iniciales, durante mi primera juventud, mi frágil conciencia trataba de disfrazar la sorpresa ante el encuentro con un ser enorme a través de las risas que celebraban sus chistes (el mejor, el de la Abuelita en Guadalajara) y sus observaciones finísimas y violentas sobre el mundo y los demás. Fue hasta después que entendí que me revelaba, sutilmente, con trampas de por medio, las grandes verdades que su espíritu y su sensibilidad altísima construían, y con lo que escribió una de las obras más grandes en español. A partir de entonces, mientras me reía, trataba de hacer anotaciones apresuradas (como un Boswell inepto) de esas lecciones de literatura pero, sobre todo, de vida que me daba cada tarde. Cuando su grandeza se me reveló, nunca más pude asistir al taller que nos impartía o luego, como amigos, al cine, al beisbol, a los cafés, a otras ciudades de México o a otro país, incluso, y ver en su discurso sólo la superficie de su discurso. Entendí que siempre, siempre, había algo más en cualquier cosa que decía. “Jaime, como escritor no puedes estar con una mujer que no lea”, “Jaime, debes buscar que tu relación romántica sea armoniosa, sólo así podrás escribir”, “Jaime, preocúpate por tener una obra antes de criticar a nadie”, “Jaime, lee a un clásico y a un autor contemporáneo”, “Jaime, debes entender ya que esta novela que acabas de publicar ya no es tuya, que no te pertenece, que ya no puedes hacer nada en contra o a favor de ella, que desde ahora le pertenece a la cultura”. Yo sabía que cuando Sada cambiaba de sintonía, mientras le daba una mordida a un hotdog de 30 centímetros (de sus comidas preferidas), se ponía serio y decía: “Jaime…” mi mundo estaba por cambiar. Ese “Jaime…” era un presagio de un temblor.
Conmigo fue un hombre estricto y generoso. Gracias a su lectura y recomendación publiqué mi primera novela. Pero también, él fue el único que tomó el teléfono para regañarme porque en un ensayo que publiqué cometí el error de suponer algo que no era verdadero. Durante media hora señaló las carencias y debilidades de mi argumento y terminó diciendo que no volviera a descuidar mis ideas así.  
Su humor y su percepción del mundo están reflejados, cómo no, en su literatura, en su estilo, en estos saltos olímpicos del lenguaje, de escribir la frase más barroca al lado del “sin querer queriendo” de Chespirito. Sada, a través de cómo miraba el mundo, creó un universo total. Pero de alguna forma le puso barreras, más que nada, pruebas que uno debe pasar para adquirir ese universo. No es gratuito que, superficialmente, contraviniendo su aura de generosidad, haya ejemplos de muchos alumnos que veían a Sada como demasiado riguroso, como demasiado críptico en sus sesiones de taller; o que, al contrario, lo observaron como “superficial” y que pensaron que en sus talleres todo era chistes y risas. No sabían, quizá, que en cada observación aguda o simple estaban las claves, no para entender su literatura, sino para entender el mundo, y entonces sí, escribir una obra que contribuyera a revelar algo de la condición humana como siempre nos exigía Sada.
A veces me pregunto cómo ordenar toda esta observación que hice de él durante años y contarla. A veces me digo que no es necesario porque mi literatura está regida por su canon de lecturas, por su rigor de escritura, por esa exigencia para conseguir altos vuelos. Recuerdo que cuando terminé mi primera novela le pedí seguir en su taller y me dijo, serio, “Jaime, puedes quedarte pero tu siguiente novela debe ser diez veces mejor que Rabia. De otra forma no puedes estar aquí…”.
A veces me digo que no es necesario contar todo lo que sé sobre Daniel Sada porque la mayor parte de los conceptos que manejo en mis talleres de novela provienen de él. Otras veces entiendo que aún no puedo definir un perfil de él, ni escribir cómo era como tallerista, o cómo escribía o lo que sea porque, excepto un año, el inicial, Daniel ha sido uno de los grandes amigos que he tenido, un tipo con el que jugaba ajedrez, al que le contaba mis desatinos amorosos (o mi encuentro con la mujer de mi vida, que celebró como padre orgulloso), con el que comía tacos de cochinita pibil, y, sobre todo, el hombre que cuando los otros compañeros de taller y yo tratábamos de encumbrar como el Gran Maestro, nos desafiaba con genialidades para que no fuéramos tan groupies.
Alguna vez le preguntamos, ingenuamente, qué se sentía escribir una obra maestra como Porque parece… Sin dejar de sonreír nos respondió ufano y disfrutando con esa encrucijada que nos lanzaba: “Nada. Absolutamente nada”.
Hay una imagen espectacular que guardo de Sada. Un sábado por la mañana fui a visitarlo a su departamento. Entré y caminé por el breve pasillo que conduce a la sala. Primeró advertí el sillón que está contra los ventanales y enseguida vi a Daniel, sentado, con los brazos sobre el respaldo, y su rostro perdido en la inmensidad, en una infinita tranquilidad y calma; una sonrisa tenue, de recién nacido, como si estuviera pensando diabluras, como jugando con su propia armonía. Entonces caminé hacia él, vi cómo me sonreía y, aunque me miraba a los ojos, durante diez segundos, mientras me acercaba, siguió perdido en la infinidad de su mundo hasta que le extendí la mano y por fin cobró conciencia de mí y me saludó. Ese momento, más que cualquier biografía, contará para mí la vida de Daniel Sada. Hablará sobre esa quietud, sobre ese conocimiento de causa, ese dominio de su entorno y de sí mismo, conquistado por sutilezas más que por batallas feroces, en que reposa su literatura. Porque Daniel, antes que escritor, fue un perspicaz testigo del mundo, un observador nato. Esa era la fuente de su poder, un poder enorme. Sus juicios eran serios y tajantes, y siempre iban sobre la capacidad o incapacidad que tenían los escritores para ver ese mundo, ese otro mundo. La crítica literaria más grande que le escuché fue a su regreso de un viaje junto a otro escritor cuando me dijo, cambiando su sonrisa por un tono serio, “desconfío de su literatura, de la que ha hecho y de la que hará, porque durante todo el camino vimos cosas maravillosas (habían ido a una comunidad gris y apagada donde algún aficionado no habría visto nada) y el único comentario que me hizo fue sobre el aire acondicionado de la camioneta”.
Así fue Daniel Sada, un gran observador del mundo y, claro, por eso, y por muchas cosas más, un gran escritor cuyos libros permanecerán, incluso, después de que quienes lo recordamos empecemos a morir. Si la mayor obra de Samuel Johnson es la biografía que de él escribió James Boswell, ese compendio de anécdotas, observaciones, de grandes aforismos y lecciones de vida y literatura; toda la vida de Sada, su intención, su mundo interno y lo que pensaba del exterior, están concentradas en su obra que día con día gana en lectores.
Mientras me pongo de acuerdo conmigo mismo, con mi duelo y mi dolor; acerca de lo que puedo escribir sobre la obra de Sada o sobre su vida, su maravillosa vida, me contento con estos arrebatos nostálgicos, fragmentos de una realidad que sigue siendo mía, que me aplasta cuando acabo una novela y no tengo quién me diga que debo escribir diez o veinte veces mejor o que mejor no publique nada. O cuando no tengo con quién hablar ocho horas seguidas sobre la importancia del refresco llamado O-kay de durazno en la cultura gastronómica mexicana: que, si se ve bien, son dos partes de la realidad que son la misma; cosas que Daniel sabía.
Fuimos rebeldes y audaces. Sólo que ahora la cima en que retozamos es a ratos el abismo de esta ausencia. Y lo que decimos, trozos de una memoria disimulada y nostálgica, un presuntuoso afán por reconstruir al gran hombre, escritor y amigo que fue, y es, en cada uno de nosotros, Daniel Sada.  

* Leí este texto en el homenaje a Daniel Sada ocurrido en Tijuana hace unos meses. 



jueves, 15 de noviembre de 2012

Matraca predilecta intervenida...

Escribí el inicio de mi nueva novela en esta matraca que también pinté. Me pidieron que la interviniera y el objeto se pondrá en exhibición y a la venta para recaudar fondos. Pronto informes.





miércoles, 14 de noviembre de 2012

"El suicidio de una mariposa" de Isaí Moreno


Gran noticia, comienza a circular la novela "El suicidio de una mariposa" de Isaí Moreno. La publica Editorial Terracota y la cuarta de forros es de Mario González Suárez:



"El suicidio de una mariposa ocurre como una meditada partida de ajedrez. Las palabras que mueven sus piezas van poniendo en claro que al mundo lo rige una voluntad ignota y cruel. Poco importan los deseos de los hombres, ellos son también las piezas de un drama que los necesita sólo para aniquilarlos.
El mayor acierto de la historia que cuenta Isaí Moreno se centra en la sensibilidad del narrador, una voz anónima que deja ver que nada es inofensivo y que los actos de los hombres, aun de los más conscientes, no dependen de ellos mismos. Antonino, casi el protagonista, alcanza a darse cuenta de que todas las criaturas, no importa cuán pasivas u omisas sean, tienen parte activa en el absurdo concierto de la carne."

lunes, 5 de noviembre de 2012

Desde el volcán: Vicente Rojo / Pedro Ángel Palou

Otro libro que está por salir es "Desde el volcán" (CECAP, 2012), un cruce entre la pintura de Vicente Rojo y la poesía de Pedro Ángel Palou con diseño de Germán Montalvo. 




"Estamos ante lo que podrían parecer dos extremos de una misma búsqueda estética: la palabra trastocada en poesía y la geometría del paisaje convertida en pintura. El dueto de voces de Vicente Rojo y Pedro Ángel Palou al que asistimos es el equilibrio de dos sensibilidades cuyo constraste únicamente es material, técnico. Lo sensual acontece de manera uniforme.
Si en el jazz hay ejecuciones que, en apariencia se enfrentan, en Desde el volcán (libro-casi-objeto; libro-juego) poeta y pintor escenifican una batalla acordada y armoniosa en busca de una geografía particular, de arenal seco, de cristales congelados por los siglos: ingenua metáfora humana sobre el paso del tiempo.
Ambas marchas musicales se inscriben en un espacio, una página en blanco, como manchas rupestres de la zona volcánica a la que describen.
No hay color donde la palabra pueda esconderse, no hay sonido donde la forma pueda eludirse. En este bello ejercicio acorde a la simbiosis que viven las artes de nuestra época, dos artistas han decidido representar un tiempo y un lugar, para decir el verdadero nombre de esos volcanes; de esas cumbres que son el marco para nuestra vida cotidiana."


Colección Azul y "Bilopayoo Funk"


Entre 2009 y 2010 dentro de la colección La Letra Digital se publicaron los libros de cuento: Tolvaneras (2009) de Alejandro Badillo, Epidemia de zopilotes (2009) de Arturo Ordorica, Maquetas del universo (Some kind of…) (2009) Yussel Dardón, Involuciones (2010) de Eduardo Sabugal; y Circo de Pulgas (2010) de Juan Carlos Reyes.

La idea fue editar a escritores poblanos que, aunque colaboraban activamente en suplementos, revistas, habían tenido becas o ganado premios, no tenían un libro propio. Tiempo después, dos de ellos Badillo y Sabugal publicaron su segundo libro en el Fondo Editorial Tierra Adentro y, otro, Dardón ganó el Premio Nacional Julio Torri y también publicará en Tierra Adentro.

Ahora nace la colección Azul (Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Puebla / Ediciones de Educación y Cultura) cuyo catálogo corresponderá a autores nacidos o que radiquen en Puebla pero que no se ajustará solamente a "primeros libros". Además de Mario Martell con un libro de ensayos históricos-crónica-relatos y de José Sánchez Carbó con un libro de cuentos, viene Bilopayoo Funk novela de Ricardo Cartas. 
Aquí la portada, la cuarta de forros y el primer paso de esta colección. 




Bilapayoo Funk
Ricardo Cartas
¿Qué pasa si juntas al IMS (Instituto Mexicano del Sonido), o a Nortec (Bostich y Fussible) con la banda de la legendaria Princesa Donají? ¿Qué pasa si mezclas a George Orwell con las pesadillas de una cultura popular simétricamente rancia y fresca? ¿Qué pasa si un guajolote gigante te persigue?
Ricardo Cartas consigue en Bilopayoo Funk un tránsito vertiginoso hacia temas existenciales que siguen perturbando el espírítu del hombre: el éxito, la libertad creativa, la marginación o la popularidad, el sentido de la identidad, a través de una prosa directa y que, sin densidades, se presenta antisolemne. 
En esta novela, divertida, “leve” y ajustada hábilmente a la tradición ancestral de ciertas regiones de México, el autor se inscribe en las historias de iniciación donde un grupo de jóvenes redefine sus ilusiones perdidas en la última estación en que estarán rodeados de escuela, maestros, padres de familia y una cierta intuición de que “todo puede mejorar”. 
No hay determinismo en estos personajes pero sí hay valor para conservar, hasta el final, los sueños que descubrieron mientras cantaban o escuchaban una canción honesta, de esas que nunca pasan de moda.


miércoles, 24 de octubre de 2012

“La preparación de la novela” de Roland Barthes en 31 tuits


El curso “La preparación de la novela” de Barthes en 31 tuits

Abordar la escritura de una novela desde la tradición o separándose de la tradición.
Revisando la tradición, según Kundera, uno podría abrir, continuar o cerrar un "tema existencial".
Separándose de la tradición uno podría abrir un "tema existencial". 
Roland Barthes propone distanciarse del mundo, de la literatura; sin embargo, no quita la vista de la "pragmática de la novela pasada" a la hora de la ejecución presente. 



1. "La preparación de la novela" de Roland Barthes (1978). Intenta fundar una paradójica teoría personal y privada de la novela.

2. Planeación de una novela sin lugar en la literatura contemporánea.

3. Parte de la distancia que la escritura de la novela mantiene con el mundo y la literatura.

4. ¿Qué novela escribir una vez que se sabe de las novelas ya escritas y cómo hacerlo en un mundo hostil?

5. El mundo compite con la obra.

6. "Al novelista nada le está permitido; a todo está obligado: cumplir el deseo de la novela es suspender los otros deseos."

7. Hay que cambiar de vida para escribir la novela. Buscar: disposición utópica de la vida cotidiana.

8. "El deseo de novela debe tener la fuerza de imponerse sobre toda sombra de deseo."

9.¿De dónde surge el deseo inicial?

10.Nadie está dispuesto a hacer ese cambio sin experimentar el deseo de escribir una obra como sus admirados: "leer es el impulso de escritura".

11. "No soy su igual pero me siento como ellos. No sucede que sólo entiendo lo que sentían sino que lo siento yo mismo", Barthes sobre los grandes maestros, sobre todo franceses, del siglo 19.

12. La pragmática de la novela futura es la pragmática de la novela pasada.

13. Tres elementos: La Duda, la Paciencia, la Separación del Mundo.

14. Qué escribir, sostener la práctica, separarse de la historia y de lo social.

15. Escribir será un compromiso del cuerpo.

16. Separarse del mundo, del lenguaje.

17. La novela debe responder "a una necesidad desconocida de un lector desconocido".

18. Prueba de la imposibilidad de la gran novela (porque ya fue escrita): Marcel Proust.

19. Principal problema: decidir dónde comienza una novela.

20. Noción del haikú: cómo hace la forma larga para enlazar las formas breves.

21. Notación del presente: "forma estética del cuaderno de notas occidental". #Haikú

22. Con ese poco lenguaje trata de hacer lo que el lenguaje no puede: suscitar la cosa misma. #Haikú

23. El haikú no va en busca del tiempo: lo encuentra ahí mismo.

24. La forma impide la generalización de la experiencia. #Haikú

25. No es interpretable ni generaliza. No se puede construir sentido moral o lógico. #Haikú.

26. Entre nosotros (los occidentales) "la subjetividad es detallista", tiende a expandirse en digresiones innecesarias que son obstáculo para el drama. #Haikú

27. El haikú es una contranovela.

28. Decir que se quiere escribir es la materia de la novela. Querer escribir.

29. Decir que se quiere escribir es la materia de la novela. Querer escribir.

30. ¿Escribir realmente una novela? Mejor hacer como si fuera a escribir un novela.

31. La novela no fue escrita (o quién sabe). Roland Barthes muere en 1980.

lunes, 15 de octubre de 2012

Curso-taller de novela en VIA, Puebla...


El próximo 24 de octubre empieza mi curso-taller de novela en VIA.
Aún hay inscripciones.
39 Poniente 118. Colonia Gabriel Pastor.
Teléfono: (222) 6025765
www.viaschool.mx
info@viaschool.mx

Más o menos veremos esto:


* ¿Por qué escribir otra novela?
* ¿Qué buscan cuando leen una novela?
* Nociones generales de la escritura de la novela
* La novela sólo nace del deseo de escribir una novela. (“La preparación de la novela” de Roland Barthes)
* Creación de personaje (personajes tridimensionales según Lajos Egri)
* Aspectos de construcción de una historia
* Cuatro modelos de construcción dramática (Syd Field, Dwight Swain, Antoine Cucca, Lajos Egri)
* La importancia de los inicios en una novela
* Trabajar cada frase (Colm Tóibín, Daniel Sada)
* La búsqueda de los grandes temas existenciales (“El arte de la novela” de Milan Kundera)
* Las posibilidades narrativas de la imagen (Ángel Albarrán, Diane Arbus)
* Elementos de un proyecto de novela

miércoles, 10 de octubre de 2012

Benjamín Prado y Fernando Valverde en Puebla


Dentro de la colección Los Olivos del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Puebla, tuve el privilegio de editar este par de libros: "Los ojos del pelícano" de Fernando Valverde, y "Yo sólo puedo estar contigo o contra mí" de Benjamín Prado.

Este jueves 11 se presentan en el Museo Regional Casa de Alfeñique (4 Ote. #416 Centro Histórico) a las 18:30 pm.

Ahí los veo.



domingo, 19 de agosto de 2012

Aviso: Hackeo a mis cuentas


Queridos amigos, es oficial: las cuentas de Facebook, twitter, y correos electrónicos de mi mujer y míos fueron hackeadas. No sabemos hace cuánto tiempo. Usando esa información han amenazado a través de correos anónimos a mi mujer y a mí pero sólo hasta este fin de semana recibimos capturas de pantalla y otra información personal que hacían explícito que desde hace tiempo un acosador o varios han estado en nuestras cuentas y, no sabemos, en nuestras computadoras.
 Habíamos decidido ignorar el acoso pero ahora nos damos cuenta de la amenaza real y peligrosa.
Denunciaremos esta semana y como primer paso me han pedido anunciar esto públicamente y pedirles que si tienen información, correos, o cualquier indicio de algo extraño que les haya llegado con el remitente de mi mujer o míos nos lo hagan saber.
Además, nos han sugerido mantener nuestras cuentas abiertas para detectar más ataques o si esa persona o personas aún están dentro de nuestro sistema.
Agradezco, también, cualquier contacto o información que tengan respecto a maneras de dar con el o los culpables.
Repito, esto no es una broma o falsa alarma.
Muchas gracias por la buena onda que siempre han tenido para con nosotros y, de antemano, agradezco su solidaridad.
Les pido disculpas por cualquier correo o notificación o suceso que hayan recibido por este hackeo.
Atentamente,
Jaime Mesa

martes, 14 de agosto de 2012

Similitudes entre Star Wars y Batman







Revisar los paralelismos con Star Wars (1977-2005) de George Lucas (1944) que tiene la trilogía de Batman (2005-2012) de Christopher Nolan (1970) sólo como ejemplo, como modelo de todas las convenciones que Batman maneja. Convenciones y Hollywood, de las cuales Star Wars es su cima y que Batman reelabora con el matiz, o la mirada, volcada hacia los personajes en lugar de trabajar los mundos como hace George Lucas.

Aunque, “Batman tiene una forma más sintética de presentar esto. Star Wars no tiene buenos personajes, lo interesante es su universo, sus mundos, todos, no sus personajes porque son tipos, estereotipos. El Batman de Nolan es de personajes, conceptos, hay evolución. Star Wars es maniquea y simplona”.
Esta forma y fondo, compararla con las referencias a Star Wars, que es la zona de confluencia (1977) de toda la cultura ancestral, mítica, religiosa, samurai, medieval, que disparó masivamente estas formas de conocimiento y las volvió, entonces, cultura popular.






Paralelismos entre la saga de Star Wars y la trilogía de Batman de Christopher Nolan

1. El mejor alumno (Bane) de una Congregación (Liga de las Sombras), o rebelde a ella, es expulsado por el maestro (Ra's al Ghul); Darth Vader por Obi Wan y Yoda.

2. La máscara y voz mecánica y eléctrica que alivia el dolor y emula el mal de Bane; y lo mismo en Darth Vader.

3. El Slave I de Boba Fett y El Murciélago, en la forma de despegue y vuelo.

4. Gatúbela, un personaje solitario, egoísta, material, convencido de salvarse se va para buscar sus propios objetivos, aunque le pidan quedarse para pelear. Sin embargo, al final regresa y salva a Batman y hace un comentario cómico. En Star Wars, Han Solo (personaje solitario, egoísta y material) se va y regresa para salvar a Luke en el último momento y que éste cumpla su objetivo (destruir la Estrella de la Muerte).



5. La primera pelea de Batman y Bane. En El Imperio contraataca pelean Darth Vader y Luke en un lugar elevado pero conforme avanza la lucha y uno se presume derrotado caen. Mientras Luke (o Batman) va perdiendo, Vader (o Bane) inician un discurso para demostrar su superioridad, física y moral. El discurso tiene como columna vertebral las sombras (Lado Oscuro) y el miedo. “Las sombras te traicionan porque son mías”, dice Bane.
Hay una diferencia, en Batman, el miedo es bueno, es fuente de la fuerza. Al contrario, en Star Wars, el miedo es debilidad y parte del Lado Oscuro.

6. Banes y Batman son guerreros que aprendieron un código de pelea y energía antiguos que los diferencia de los demás.

7. La aparición de la figura del Maestro como fantasma en una cueva o en una situación extrema para “dar un mensaje de fuerza”.

8. El fortalecimiento físico y mental, con lección moral y espiritual incluidas, que los llevará (a Bruce Wayne y a Luke) a completar la “prueba imposible” que los posibilita a alcanzar otro “estadio” de la mente y cuerpo que les dará la victoria: escalada del muro para Bruce Wayne; el infierno verde de Dagobah de Skywalker.




9. Esta es una curiosa coincidencia: Ra's al Ghul y Qui-Gon Jinn son interpretados por el mismo actor: Liam Neeson.
Qui-Gon tomó como aprendiz padawan al joven muchacho Obi-Wan Kenobi.
Ra’s al Ghul tomó como aprendiz al joven Bruce Wayne.

10. Otra curiosidad, la saga de Star Wars termina, por fin, en 2005 y la trilogía de Nolan comienza ese mismo año.


jueves, 2 de agosto de 2012

Literatura escrita por mujeres: Caja de Pandora




Curso: "Caja de Pandora", literatura escrita por mujeres que impartirá Paola Gómez
El 21 y 28 de agosto, y el 4, 11 y 18 de septiembre de 5 a 7 pm en Casa del Escritor, Puebla.

Se revisarán textos de:

Virginia Woolf (Relatos. Fragmentos de Una habitación propia.)
Marguerite Duras (Escribir)
Clarice Lispector (Lazos de familia “Amor”,  “Devaneo y embriaguez de una muchacha” y Crónicas escogidas)
Alejandra Pizarnik (Selección de poemas y fragmentos de diario)
Amy Hempel (Selección de cuentos The complete stories of Amy Hempel)
Miranda July (Selección de cuentos No one belongs here more than you)
Valeria Luiselli (Los ingrávidos)
Vivian Abenshushan (Ensayo escogido de Una habitación desordenada)


viernes, 22 de junio de 2012

Liquidaciones de Eduardo Sabugal (Tierra Adentro, 2012)

"Los protagonistas de este volumen de cuentos son víctimas de sus propias pasiones: lo mismo pueden traicionar a su mejor amigo por una mujer, provocar involuntaria y trágicamente la muerte de su oscuro objeto del deseo, que morder la piel de la amante hasta sangrarla. En Liquidaciones, la pluma de Eduardo Sabugal Torres nos entrega un retrato de las relaciones humanas sin concesiones. Lo que deseamos nos condena, pero al mismo tiempo, no seríamos nada sin nuestros apetitos. Vino, pulque, té, leche, café y whisky son los hilos conductores de los relatos, pero también metáforas de los distintos estados de ánimo que pueblan estas páginas. Cada arrebato parecería tener un líquido correspondiente, cada sentimiento su propio veneno."


jueves, 7 de junio de 2012

Despertar con alacranes, libro de cuentos de Javier Caravantes

Me da mucho gusto la publicación de este libro. A leer.

"La mayoría de los personajes que habitan este volumen de cuentos son niños y adolescentes forzados a abrir los ojos a la realidad. Ese despertar al que alude el título del libro no es otra cosa que la crueldad, la violencia y el desencanto del mundo en sus diversas manifestaciones: la religión y la pantomima de sus retiros espirituales, el acoso escolar y las oscuras venganzas de las que son capaces quienes lo sufren, el sangriento calvario de los inmigrantes en busca del paraíso, los absurdos planes de hacer dinero en el mercado de los comerciales televisivos o la frustración transmutada en impostura de los maestros universitarios; todos, ritos de paso que llevan a los protagonistas hacia el otro lado del espejo, donde los deseos se hacen añicos. Cada que te atrevas a soñar, parece decirnos Javier Caravantes, es mejor mirar entre las sábanas: puede haber un nido de alacranes esperando."

viernes, 27 de abril de 2012

La sonrisa de la desilusión


La vocación de ser feliz
(Texto sobre el libro de ensayos La sonrisa de la desilusión, Tumbona, Guillermo Espinosa)

Jaime Mesa

Desde hace algún tiempo la literatura en México se volvió una cosa seria que habla de cosas serias. De esta forma, el humor quedó excluido, pienso, por dos asuntos que se relacionan: el humor no es cosa seria porque estamos acostumbrados, por falta de pericia técnica e ignorancia dramática, a que el humor no sea una cosa seria.
           Me explico.
          Si en una escena, digamos un festín de la corona inglesa, justo cuando la reina se va a sentar, alguien le quita la silla, y la mujer real cae, el primer impulso es reír. Y en esto consisten la mayoría de los desplantes humorísticos de nuestra literatura, es decir, gags, pedacitos cuyo sentido inicia y se acaba en una anécdota chistosa o ridícula, una ocurrencia que se desvanece para encadenarse con otra y con otra sin mayor expansión. En cambio, si el escritor relata lo que sigue a continuación del accidente, lo que hay después de la “carcajada”, la incomodidad posterior de los comensales (por dios, la reina sigue en el suelo), el miedo atroz de los sirvientes y de quien retiró la silla, etcétera, lo que conseguirá, alejado de ese pedacito de humor, es el drama. La progresión dramática, el trastocamiento de una carcajada en una mueca de temor.
Pero conseguir esto, arriesgarse a trabajar esta progresión del drama requiere talento, oficio y conocimiento del alma humana. Así, estamos acostumbrados a un chiste por aquí, a otro por allá. Risas aisladas que entran en una categoría primaria que a los escritores les sirve para hacer más amena su historia, o lo que cuentan, antes de entrar a los temas serios.
No es gratuito, entonces, que Guillermo Espinosa declare entre sus autores preferidos a Laurence Sterne y su inigualable Tristram Shandy, o al Tom Jones de Henry Fielding; o que su educación literaria haya evolucionado en gran parte en Estados Unidos. Es decir, su tradición proviene de esas fuentes donde el trabajo del humor es una constante. Porque el humor, y esto lo saben los ingleses, pero también lo saben autores como David Foster Wallace, es una de las construcciones más inteligentes para protegernos, para evadir o para aceptar, entre otros, el miedo a la muerte. Y esto, el análisis y reflexión acerca de la muerte, o de los peligros que todos los días nos acechan, es revisar, por supuesto, una zona central de la condición humana. Este libro pertenece, así, a la estirpe de esos discursos narrativos que desde una aparente seriedad, y quizá por ella, desencadenan carcajadas y risas ante la conjunción o el sometimiento de “lo rígido” que se presenta como una caricatura de la seriedad, y no como su bandera. La sonrisa de la desilusión, entonces, se emparenta con el humor serio de los mejores escritores, del inicio del Tristram Shandy, cuando se presenta, con un tono serio y erudito, y luego descubrimos que no es más que un simple embrión antes de nacer.
Lo que ha construido Guillermo Espinosa en el libro de ensayos literarios La sonrisa de la desilusión es un artefacto de defensa personal. El mundo es salvaje y peligroso, parece decir entre líneas el autor, y declaro mis zonas de confort, y golpeo con un mazo mis filas y fobias, para salvarme de alguna forma. El miedo a los finales (la muerte, las rupturas amorosas, la edad adulta que destruye la infancia, incluso las mudanzas) es el gran tema de este libro. Su forma, es la exposición obsesiva de distintos motivos como la paternidad: “Quiero recuperar mi infancia de la única manera en que creo posible: en la de alguien más”; la culpa o el temor a Dios; o el motivo que los engloba a todos: la construcción de un mundo seguro, no cómodo, pero sí libre de peligros, dudas y crecimiento (que es otro nombre de la muerte). “Algo tienen las recetas que me tranquilizan”, dice Guillermo Espinosa. Durante todo el libro acudimos a la lectura de “frases matonas”, de sentencias, en apariencia hijas del sarcasmo, pero que se alejan del cinismo amargo de la mayoría de lo que se escribe hoy en día y que proviene de la desilusión y la desesperanza. La constante en este libro, también, es el optimismo, una ilusión casi alegre y tierna que le permite al humor deambular sin exageraciones o chistes de cuatro pesos. 
El autor tiene el conocimiento, y nunca lo oculta, de su propia fragilidad. Además, se sabe un ser obsesivo y neurótico. Y proclama en cada rincón la construcción de la estabilidad, divino tesoro, “extraño los matrimonios por conveniencia”, dice en alguna parte. Y mientras uno ríe con los argumentos que sostienen esa sentencia, entiende que detrás de todo aquello yace el miedo a la pérdida del amor, a su búsqueda, pero también a la necesidad de él. Si existen los matrimonios por conveniencia quizá la próxima vez no sufra tanto. A la frase hecha de: “vivieron felices y comieron perdices” Guillermo tiene la respuesta eficaz: “La frase es afortunada porque la felicidad puede radicar precisamente en eso: en un par de pollos fritos”. Y su impostada amargura, que es más bien una crítica certera hacia los aparatos artificiales de alegría, prosigue así: “La felicidad a ultranza, la capacidad de ver el lado bueno de las cosas, el no hay mal que por bien no venga, me llenan de escepticismo e incluso de indignación”. Son declaraciones inteligentes maceradas con la experiencia y la aceptación del dolor y del deseo de sobrellevarlo. De sobrevivir.
Eso sí, Guillermo Espinosa revisa todos los ángulos, no pide historias ñoñas o, si las pide, también está alerta a sus peligros. Dice: “La felicidad ha sido ascendida recientemente a derecho humano universal. Promulgadora de atrocidades cotidianas como el turismo, por ejemplo, o la vocación profesional; la expectativa de la gran felicidad nos orilla a una comodidad mediocre en la que esperamos su arribo sin riesgo”, este es el peligro de vivir una vida cómoda. Ese fragmento encierra la huída de la estabilidad pero sobre todo la necesidad de ella. Esa dicotomía que siempre ha hundido al espíritu humano. “A pesar de todo, tengo todavía la vocación de ser feliz”, dice trágicamente en otro momento.
Guillermo ha construido este libro hablando a cada rato del pasado, disfrazándose, casi, de un viejito aletargado con aquello de que “el tiempo pasado fue mejor”. La obsesión de Guillermo con su niñez es notoria, y ahí la memoria (esos rasgos confusos de lo que creemos saber) y el abismo de la infancia se conjuntan para tratar de fundar un lugar habitable, esos olvidos y aciertos de la mente y el recuerdo, crean de una manera falsa pero feliz, un escudo para vivir.
         El espacio desde donde Guillermo Espinosa crea este libro es la soledad, haciéndolo un laboratorio óptimo para la consecución de obsesiones y neurosis, “Estaba confinado a mi propio yo y eso, lo sabemos, hace que pensemos un poco de más y un poco más torpemente, sobre problemas bizantinos”.
         Desde esa soledad, desde la nebulosa de la infancia, desde esa declaración del yo no ficcionalizado (es Guillermo, Memo, siempre quien habla), La sonrisa de la desilusión logra un acierto mayor, trascender su individualidad para describir una zona, a un grupo de personas, con una cartografía en común: el miedo, la culpa, la necesidad de buscar confort y seguridad. De lo que habla, también, este libro es de gente que está llegando o ya llegó a la mitad de su vida. Es decir, de treintones melancólicos que se afanan en lo imposible: tener un final feliz.
           Es curioso cómo se lee este libro. Incluso el propio autor lo describe rumbo al final: en un libro de ensayos, casi siempre, el lector lee realmente al autor. No como en una novela, donde la etiqueta de “Ficción” hace creer que lo que sucede ahí tiene que ver con “otras personas” y que, si acaso, el novelista es sólo el catalizador, el filtro. En un libro de ensayos, esta distancia entre el narrador y el lector no existe y entonces un libro de ensayos es una autoconfesión firmada. No se puede leer de otra forma más que como “la verdad”, no una verdad, como en la ficción, sino como la verdad, en este caso, del autor. De esta forma, La sonrisa de la desilusión mezcla el ensayo de ideas con la literatura de la memoria, estas son “Las memorias trágicas y cómicas de Guillermo Espinosa”, donde el mundo ideal tiene un bar donde el cantinero sabe tu nombre.
Recuerdo una de mis primeras pláticas con Guillermo, cuando éramos más jóvenes, sobre el desarrollo, sobre todo la domesticación obligatoria de su fobia a volar. La dedicación con la que, con un sentido común trastocado, y con toda naturalidad, me platicaba su empastillamiento para no influenciarse por la conciencia de que podría morir o algo peor (siempre hay algo peor para un neurótico) predijo la existencia de este libro. 
Eso fue hace mucho tiempo. Y la hazaña, la feliz hazaña, es que Guillermo Espinosa haya conseguido un libro como ya no se escriben en este país: sin intelectualizar los temas, rodeado de un conocimiento amplio (pero discretamente expuesto) de la cultura popular y erudita, sí, pero sobre todo, basada en el conocimiento de las propias fragilidades que la infancia y el miedo nos han dejado y que nos convierten en lo que somos. Un libro cuya principal fortaleza es la declaración universal de la fragilidad y los medios que tenemos para combatirla. Y el humor, demuestra Guillermo, es una de las victorias pírricas más felices, que permite observar con cuidado los temas verdaderamente importantes para (esto aterrará a Guillermo) poder morir algún día en paz.


martes, 20 de marzo de 2012

Infomerciales: la televisión valiente (columna en Nexos)



"En los albores de la madrugada, cuando sólo los perros hablan y el twitter nacional está muerto, para no sentir que la casa está muerta (mi mujer, al ser persona serena y normal: duerme) prendo el aparato para escuchar y distraerme mientras escribo: para lograr la mezcla exacta de concentración y dispersión con la que se trabajan los buenos textos."




martes, 6 de marzo de 2012

Una forma de vida: Amélie Nothomb, la gran pregunta del siglo

La nueva novela de Amélie Nothomb ("Una forma de vida", Anagrama) me interesa porque emprende un trabajo con un tema fundamental para los narradores de este siglo: lo que se escribe, la ficción, resulta ser menos interesante (literariamente y vitalmente hablando) que los relatos de protagonistas-narradores que desde el lugar de los hechos, o ateniéndose a la memoria, "cuentan su propia historia".

En este caso, hay un trabajo con un soldado norteamericano en Irak que le escribe a "Amélie Nothomb" pidiéndole "un poco de comprensión" ante sus males.

La autora, desde la barrera que los autores de este siglo han emprendido, para no atender "lo que le interesa a la gente" y concentrarse en sí mismos, le manda, como respuesta, sus libros dedicados. El soldado le escribe de nuevo y le hace la gran pregunta de este siglo: "Querida Amelie Nothomb: Gracias por sus novelas. Qué quiere que haga con ellas."

Aunque luego hay sutilezas al respecto, esta pregunta es básica para entender el distanciamiento entre lectores y escritores; es decir, por qué la gente ya no lee, y por qué los relatos de "viva voz" le están ganando la partida a la ficción.


miércoles, 29 de febrero de 2012

Sobre "Pisot" de Isaí Moreno (Malaletra, 2011)


* Nota sobre la novela "Pisot" de Isaí Moreno.

“No son tantas las estrellas”

Jaime Mesa

Antes que nada, una advertencia de San Agustín, contenida en este libro que hoy presentamos: “el buen cristiano debe tener cuidado de los matemáticos y de todo aquel que haga profecías vanas”.

Pisot cuenta la historia del transcurso de un deseo.

Inicia en un tiempo muy lejano cuando la ciudad de México era un “nido de víboras y delincuentes” y cuando Policarpo de Salazar, antihéroe primario, pronuncia durante su niñez, con voz débil pero segura: “Sé cuántos resuellos dio antes de morir”, luego de contemplar la muerte de su padre.

Dos siglos después, en el México actual, un profesor universitario de nombre Marino prolonga ese deseo sucumbiendo ante el poder de la máquina. Si Policarpo había externado el horror ante la posibilidad de que un artefacto desplazara al hombre, Marino, inmerso en un mundo digital, mecánico y electrónico es víctima de ese demonio encarnado en el cero y en una pantalla de computadora.

Regresemos un poco, Policarpo de Salazar, relojero, calculista y asesino, desarrolla una predilección por lo verdadero, es decir, por los números. “El número se toma de la realidad no de los espectros: hay que salir a las calles por ellos para que sean de verdad”, dice el narrador de la novela. Así, Policarpo busca implacablemente el reflejo de la realidad, la confirmación de que algo, no imaginado por el hombre, no irreal, existe, tal como el Everest, o el Popocatépetl, que está ahí sin importar que el hombre ni su inteligencia lo resuelvan. El número, entonces, no se resuelve, es. Y sólo es capaz de asirse con el encabalgamiento de esos signos que sólo describen algo que ya estaba. Dice el narrador: “La mayoría de los atascos insolubles se encuentran no en el mundo real de la materia: los hallamos en el mundo de las ideas”. Y se revela después: “La Matemática, es decir, el conjunto de todas las matemáticas, surgió, no cuando el hombre adquirió la capacidad de abstraer el número. Lo hizo cuando éste comprendió la recurrencia de algunos fenómenos, cuando podía asegurar que al día seguía la noche, la noche el día, al día la noche y así sucesivamente.” Entonces, la búsqueda de Policarpo, como la mayoría de las grandes búsquedas, como aquel trineo del viejo Ciudadano Kane, es por la recuperación de la infancia, de la inocencia, quizá, único elemento inamovible y permanente en el ser humano. Con la búsqueda del número, esa presencia eterna, Policarpo trata de recuperarse.

“Cuando aprendí a contar”, dice el narrador, “los números me maravillaban. Entonces era inocente”. Ese descubrimiento genera en Policarpo la sensación, siempre perversa, de control. “Los ojos de Policarpo brillaron con la satisfacción enferma de los tiranos, cuando comprueban la extensión de sus dominios y su poder implacable para subyugar a las multitudes. De esta forma, Policarpo encuentra en la consecución de los resuellos y estertores de los moribundos una forma de contar la disolución del tiempo y, en consecuencia, de la muerte. Así, el relojero experimentado (quien ha construido un reloj que camina al revés para tener la ilusión frágil de que el tiempo no se evapora) comienza a sembrar su idea en la muerte de varias personas. Lo que nosotros llamaríamos “asesino serial”, un término moderno, en Policarpo se convierte en una demostración científica, como aquellos iniciales hombres de ideas que, a falta de recursos tecnológicos, usaban al mundo para experimentar.

Pero toda soberbia encuentra, siempre, una tiranía mayor.

De León, mentor de Policarpo, le muestra la puerta del infierno, el número mágico, buscado por culturas y generaciones, un número imposible por, visto en sus decimales, infinito, el 3.1415929… que posee exactitud hasta la penúltima cifra escrita. Le da una tarea imposible en la eternidad de los decimales: “No se puede lo imposible”. Con esfuerzos, el relojero asesino y calculista: “Pretendió atrapar un número cuyas décimas danzaban macabramente y se le esfumaban”. Su búsqueda termina con esta sentencia: “Todo era un ardid de la realidad: lo inmediato palpable se burlaba” y confirma: que quizá la geometría engaña y sólo el huracán es verdadero”. El colmo de este adversario (que es, como se ve una idea, una idea obsesiva) es la aparición de la Rueda (que pretendía avergonzar al hombre, sustituirlo en las tareas de la muerte: cambiaba los órdenes de lo existente, y desmembraba la perfección.), una máquina que podría ser capaz de calcular como ningún humano antes, incluso más que Policarpo, y matar el número infinito. La lucha consecuente de Policarpo, entonces, es contra la máquina, una metáfora de los demonios del progreso y la tecnología.

Con la máquina, la Rueda, Isaí Moreno emprende un juego con esa idea muy actual y de moda de que quien es dueño de una máquina, una computadora de última generación, una cámara fotográfica, por ese mero acto, es dueño, también, de todo el conocimiento que otros hombres, o la historia de la humanidad, han tatuado en la confección y uso de esos objetos. Ese mito que permite ventas multimillonarias y sueños macabros de posesión y conquista y que arrebata a las percepciones inocentes y engañadas la conciencia de que la máquina, aún un hermoso Iphone con Instagram, es inútil sin la mirada de un hombre sensible. Ningún ojo o inteligencia cultivada es capaz de, por ejemplo, arrebatar un poco de vida para plasmarla en una fotografía. La mirada o el lente. El cerebro o la tarjeta madre.

Aquí es donde se insinúa la conexión entre Policarpo y un moderno Marino. Y que uno, este último, es consecuencia del otro. Marino, profesor de matemáticas en la facultad, poseedor de otros miedos, pero con una noción primordial: “La máquina es la mediadora entre el hombre y los objetos abstractos”. Como con Policarpo, el hallazgo de este “hombre peligroso” y las insinuaciones de más asesinatos, nueve, en la búsqueda de una confirmación basada, de nuevo, en el número, trae consigo una nueva carrera para apaciguar la obsesión. El asesinato miente, la muerte es irreal; sólo el número es verdadero parecen decir con sus actos ambos personajes. Aunque no sé de números, ya me corregirá el autor, Policarpo parece tenerle miedo a la totalidad, a una máquina que logre resolver el enigma; y Marino, por su parte, parece aterrado con el enfrentamiento al cero, es decir, el vacío. Uno y otro, entonces, le temen al infinito.

Lo que creyó destrozar Policarpo fue encontrado por el narrador de la historia (un personaje anodino, preocupado, éste sí, por el amor y el desamor: de ahí su calidad de verdugo y príncipe valiente) y otorgado a Marino como venganza numérica: el cero imposible terminado en más números. El aterrador final demostrado con la presencia de un signo “crucial, sorprendente, monstruoso”, uno de los números de Pisot. El fin posible de lo infinito. Y quizá con eso, yo haya dicho una blasfemia matemática.

La novela de Isaí Moreno, gracias a la era digital, no termina en el FIN rupestre de la literatura en tiempo del papel. Acaba con una liga hipertextual a una página que muestra el “Número de Pisot”, que lleva a Marino a la gran pesadilla, el maligno poseedor o continuador o depositario de la locura de Policarpo.

La broma es que, si se consulta dicha página, se puede ver un anuncio estrambótico: “esta es documentación de un producto obsoleto, consulte el centro de documentación para la información más reciente”. Una vez ahí, siguiendo la instrucción, llegamos a un buscador, espacio infinito, como los ceros, fuente del vacío universal de la era informática, en el que cotidianamente tecleamos en busca de información que confundimos con conocimiento; y al certero botón de “búsqueda”. Entonces, el juego, vuelve a empezar.

Sólo quiero decir que teclee Pisot y obtuve 76 resultados. / 7 y 6 resulta en 13. No sé realmente qué signifique eso.

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