La nueva novela de Amélie Nothomb ("Una forma de vida", Anagrama) me interesa porque emprende un trabajo con un tema fundamental para los narradores de este siglo: lo que se escribe, la ficción, resulta ser menos interesante (literariamente y vitalmente hablando) que los relatos de protagonistas-narradores que desde el lugar de los hechos, o ateniéndose a la memoria, "cuentan su propia historia".
En este caso, hay un trabajo con un soldado norteamericano en Irak que le escribe a "Amélie Nothomb" pidiéndole "un poco de comprensión" ante sus males.
La autora, desde la barrera que los autores de este siglo han emprendido, para no atender "lo que le interesa a la gente" y concentrarse en sí mismos, le manda, como respuesta, sus libros dedicados. El soldado le escribe de nuevo y le hace la gran pregunta de este siglo: "Querida Amelie Nothomb: Gracias por sus novelas. Qué quiere que haga con ellas."
Aunque luego hay sutilezas al respecto, esta pregunta es básica para entender el distanciamiento entre lectores y escritores; es decir, por qué la gente ya no lee, y por qué los relatos de "viva voz" le están ganando la partida a la ficción.
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