Jaime Mesa
Me parece que en cada conversación entre lectores o escritores en la que he estado, hay un consenso alrededor de que "Porque parece mentira...": es una obra maestra, una de las cimas de la literatura mexicana; nuestra catedral literaria. ¿Pero qué quiere decir eso? Es, lo sé, una zona (en estos tiempos) medio ambigua y medio certera. Muchos comentarios están relacionados con las historias relacionadas con esta novela, de los 5 o 6 años que tardó Sada en escribirla, de sus leyendas, de lo que dijo Carlos Fuentes, Álvaro Mutis, Harold Bloom, Francisco Goldman o la reseña contundente de Christopher Domínguez Michael. Es decir: muchos saben que es una novela extensa de 602 páginas con más de 90 personajes y que es la más "endiabladamente difícil de la literatura mexicana".
Hemos dicho, también, que esta novela es un "museo de la lengua española", que pone a convivir felizmente cultismos con localismos.
¿Hay pruebas para saber que se sigue leyendo? Sí. Una edición de bolsillo, esta nueva y hermosa edición; la traducción al francés de Claude Fell. ¿Hay pruebas para saber que se sigue estudiando? Sí. Los innumerables estudios académicos de todo el mundo, que trabajan glosarios, que eligen el humor o la estructura de Sada como tema de tesis doctoral.
Creo que “Porque parece mentira...” ha sido leída como las grandes novelas: "Moby Dick" de Melville, "2666" de Bolaño, "La broma infinita" de Foster Wallace: a una velocidad crucero, constante y cuya cadencia permite que poco a poco se vaya colando en el imaginario colectivo.
Sin embargo, me parece que es tiempo de revelar algo que, probablemente, pueda "espantar" a algunos lectores que han visto en la pretendida “dificultad” un atributo literario. No creo que "Porque parece mentira..." sea una novela imposible, hermética o dificilísima. Ya no. Creo que los temas y las formas (desde los desastres electorales hasta la creación de un narrador colectivo) ya no son el bombazo inesperado de hace 17 años. Hubo tiempo para asimilarlo y entenderlo. No ha perdido novedad u originalidad, aclaro, ha ganado en cambio lectores-puros porque hoy la realidad es más Sadiana (¿o Sádica?) que hace 17 años. La misma velocidad de la cultura, de los temas y formas nuevas la han puesto en su lugar. Entonces nos encontramos con que esta novela no ha perdido vigencia, y ha cimentado su forma en nuestros oídos. Eso sí: cuando "Porque parece mentira..." llegó era como el tío norteño que asiste de manera inesperada a una fiesta en el altiplano. Pero ahora ya es un invitado recurrente y familiar. No cómodo, Sada nunca lo será, pero sí uno que ha sembrado las claves para escucharlo y leerlo.
Creo que es tiempo de destruir el estigma que la crítica ha impuesto: Sada es difícil de leer.
Creo firmemente que la literatura de Daniel Sada es una de las más dinámicas, lúdicas e imaginativas que conozco. En lugar de lo que pensábamos hace 17 años, en el sentido de que “había que encontrarle el modo”, ahora creo que la novela nos encontró el modo.
Si descubrimos que "Porque parece mentira..." tiene una estructura circular, que empieza y termina con una escena de familia, que "solamente" narra los testimonios de muchas voces en Remadrín, alrededor de la búsqueda medio apática medio desesperada de unos padres por sus hijos, entendemos que ese "círculo" es profundo y ancho (engañosamente difícil) debido al lenguaje. Pero tenemos, de alguna forma, una intención final, una guía.
Los recursos verbales en la novela de Daniel Sada construyeron algo que, me parece, es lo más sorprendente y eso es su narrador. Ese narrador que, como un hoyo negro, tiene una densidad apabullante porque está basado en un registro casi total del idioma español y cuenta hacia abajo y hacia los lados. Expande el universo de los personajes. Ese narrador "colectivo" que podría ser una yuxtaposición de muchas voces, todas o la mayoría de la conciencia de Remadrín, provoca que entremos a la historia como si avanzáramos dentro de una casa de espejos. Esa es su función: cuestionar la realidad, exagerar lo normal, demostrar el esperpento de la vida. Y esa construcción del narrador es puro recurso verbal: una selva que, desde afuera, parece ocultar la sustancia, pero desde dentro (por eso hay que leer a Sada) revela su luz.
Cuando leí por primera vez “Porque parece mentira...” pensé que Sada se dedicaba a explorar cada rincón de cada habitación de su novela con un afán, digamos, naturalista. No. La revisión de Sada es moral, de resquicios existenciales, de dudas del ser y del deber ser. Este narrador (estos narradores) opina como testigo, habla desde afuera y desde adentro indiscriminadamente. Incluso, es capaz de decir cuántas páginas se está tardando un desarrollo dramático al tiempo de criticar una decisión de los protagonistas. El narrador sabe qué son los lugares comunes y, sorpresa, que a veces resuelven una situación mejor que un lenguaje inventivo.
Este narrador, narradores, es el chismerío del pueblo, la boruca que se junta en la plaza los domingos: exageración indiscreta: reiteración morbosa: cúmulo del “ay, ay, ay”. El narrador, el punto de vista, ES Remadrín y, en consecuencia, “Porque parece mentira...”, parecería una obviedad pero no lo es porque lo hemos olvidado un poco: Daniel Sada construyó un universo con sus narradores. Y hay que recordar que la elección de quién cuenta, desde dónde y por qué es siempre una elección moral y existencial. El único juicio, quizá, que pueda darse el lujo de hacer el escritor. No lo que dice, si no desde dónde y por qué lo dice, repito.
Más que la memoria para tantas palabras, el oído para tantos sonidos y la armonía para acomodarlo todo, lo que más me sorprende de Sada es que le haya dado intención a todo ese océano de sus recursos verbales encarnando a un narrador que, en sí, es muchos narradores. No hay luces artificiales que distraen, hay una bomba teledirigida.
Me parece que "Porque parece mentira..." es una de esas novelas que necesitan la extensión para respirar. Es una llanura llena de espejos. Si revisamos, la trama podría resolverse pronto. Pero Sada nos enseña que una trama es su densidad, que las acciones pueden ser A, B, C, etcétera, pero que lo que pasa no es del todo lo más importante: si no lo que rescatan de lo que pasa los personajes y, sobre todo, el narrador. La densidad se consigue cuando logras pelar una cebolla, una simple cebolla, y vas levantando capa a capa, las vas observando, le das su tiempo y su espacio y, entonces, consigues que algo de tres dimensiones se revele en otras, quizá, ocultas a simple vista.
Y eso no es un ejercicio que se pueda realizar en 100 pizcuintías cuartillas. Hace falta la rebeldía de la extensión, la voracidad de comerse el mundo y mostrarlo.
Creo que Daniel Sada no se adelantó a su tiempo en cuanto a los temas. “La aventura de los querellantes y de los esbirros entre la represión y la muerte, los destierros fugaces en los Estados Unidos, los cadáveres en las cajuelas de los carros, la espera de un padre maldecido en el no-destino de Salomón y Papías, sus hijos desaparecidos, el Imperio del fraude electoral en México: el robo armado de unas urnas en las narices de los votantes, la denuncia del fraude, las protestas tumultuarias, la represión sangrienta del ejército, caminos vecinales bloqueados, los muertos, los desaparecidos”, síntesis expresada por los críticos.
Como dice en "Porque parece mentira...", la violencia, los desaparecidos, el fraude electoral, son parte de la historia vieja, actual, nueva de México. Es decir: siempre han estado ahí. Sada no fue un visionario, simplemente observó lo que pasaba en su presente y lo escribió. No hay coincidencia. Más bien, en México, eso ha sido la constante desde hace mucho tiempo.
Me parece que “Porque parece mentira la verdad nunca se sabe” es una novela madre en la trayectoria de Daniel Sada. Además de la constante del invento de su narrador, ciertos temas, el sexo, la pérdida, el desarraigo, hay una parte sobre los sueños, que vislumbra Ritmo Delta. Una parte de un ansiedad por irse, huir, meter dinero en maletas: la logística de la huída que me recuerda Luces artificiales y Casi nunca.
Entonces: esta obra maestra reveló hace 17 años una parte de la condición humana que no habíamos atisbado por completo, de una realidad que ahora en pleno 2016, en coincidencia con esta nueva edición, parece empatar ficción y realidad. Hemos vivido 17 años dentro de esa trama extensa, llena de personajes que aparecen y desaparecen, hemos recorrido esta largueza que sólo es comparable con uno de los títulos más llamativos de la literatura: Porque parece mentira la verdad nunca se sabe. A punto de cumplir la mayoría de edad, sus 18 años, esta novela ya no sólo es parte de nuestra literatura. También, y de manera tragicómica e impostergable, es parte de nuestra realidad. Porque, insisto, lo que cuenta Sada casi nunca es ilusionado pero, sí, verdadero.
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