Es curioso. Empiezo este post a las 11:12 PM del 31 de diciembre de 2008. Como es habitual, desde las 10:30 de la noche he estado frente a la computadora trabajando. Es una costumbre que cumplirá 4 o 5 años ya. Quizá pueda olvidar muchas cosas, confundir otras, recordar algunas pero la noche del 31 siempre ha sido definitoria para lo que mi memoria guarda de cada año.
Por ejemplo, en 2007, a estas mismas horas le daba el último vistazo al archivo electrónico de mi novela Rabia para enviarla en enero al editor. Ya vivía en Cholula. Lo curioso es que no puedo decir verdaderamente si era feliz o no, sólo recuerdo el furor del trabajo, la satisfacción de que algo pasaría con todas esas horas sentado frente a la computadora. Alguien lo ha definido como dicha, un estado que no es felicidad extrema, ni alegría, ni un súbito arrebato de euforia de cara sonriente. Sólo dicha (que incluso permea las desgracias, dicen).
En 2006 trabajaba en el proyecto, juntando notas sueltas, revisando apuntes, de lo que probablemente sea mi tercera novela: una historia que habla de la juventud, el éxito, y lo que hace la gente para aliviar el dolor de vivir. Vivía en mi departamento de la 31 Poniente, en un segundo piso, con dos balcones soberbios. Realmente no estaba mal.
En 2005 me forcé a trabajar (no me pregunten en qué proyecto porque ahí, en ese tiempo, la cosa era sólo trabajar, trabajar, buscar la energía para trabajar) sentado en la soledad más absoluta en mi viejo estudio de la primera (y única) casa que hemos comprado y que luego se perdió (no pregunten la subtrama). Había cenado sandwiches de atún no en un arranque de miserabilismo sino porque estaba bien comer eso esa vez. Mi perro estaba a un lado y, contra todo pronóstico, escribí algún capítulo, o quizá el final de Rabia.
En 2008 cené a las 9 de la noche pasta y un vino chileno que compré hace un año. Dos horas antes, volví a ver (otra vieja costumbre que ya no se me quitará) tres episodios de la Quinta Temporada de Sex and the city, justo cuando Carrie Bradshaw publica su libro, lo presenta y luego, Michiko Kakutani hace la primera reseña.
Ahora que la vida ha terminado subo a mi estudio. Pongo varios discos, de Soda, The Cure, Bela Fleck, y empiezo a revisar qué trabajaré para el 2009. Luego de darle un vistazo a las 100 cuartillas que llevo de la novela de la beca (tengo que entregar un avance de 45 para enero), me encuentro con aquella novela que en 2006 había organizado: La de la juventud, etc. Abro el archivo y descubro que tiene 231 cuartillas. Me encanta esta distancia en los textos que te hace pensar que alguien más los escribió y entonces puedes corregir sin compasión.
Sigo viviendo en Cholula. Sí, pienso en varias personas. Y cada una sabe exactamente lo que estoy pensando de ella en este momento.
Termino este post más que nada porque faltan 18 minutos para que inicie el 2009 y soy muy estricto con el cronograma. El ritual es que el año me encuentre trabajando. 2009 me hallará escribiendo una novela y corrigiendo otra. Nada mal.
El fantástico 2008 acabó por fin. Lo bueno del ritual de fin de año es que siempre, pase lo que pase, me recuerda con una brutalidad asombrosa que "estoy en lo más profundo de un pozo y que sólo la escritura me salvará".